Como os comenté en su día, durante unos meses tuve una granja de hormigas y disfruté bastante observando su comportamiento www.meneame.net/story/historias-criador-hormigas-eventual Pues bien, una de las cosas que más me llamaron la atención fue la agonía de una hormiga. Estaba tirada de lado, haciendo movimientos lentos que parecían sus últimos estertores, y a su alrededor había otras 5 o 6 hormigas que le tocaban con las antenas y humedecían su cuerpo con la boca (es un comportamiento muy común entre las hormigas el de "lamerse" unas a otras para limpiarse). Así estuvieron hasta que su hermana murió, en lo que interpreté como una conducta destinada a "cuidarla" en sus últimos momentos de enfermedad. Cuando murió, se comieron su abdomen y echaron el resto del cuerpo al basurero.
¿Entendían las hormigas que estaba muriendo, y por eso se concentraban en torno a ella para que pasase sus últimos momentos del mejor modo posible? Aunque sea muy aventurado afirmarlo, yo pienso que sí. Es más, las hormigas heridas siempre son curadas por sus hermanas, que desinfectan las heridas con "saliva" y gracias a ello evitan numerosas muertes www.lavanguardia.com/natural/20180214/44765900290/hormigas-curan-herid Eso sí, en cuanto vieron que ya no podían hacer nada por su hermana al haber fallecido, aprovecharon la parte de su cuerpo donde guardaba los nutrientes y desecharon el resto. Porque, una vez extinguida su vida, el cuerpo era una cáscara sin valor más allá del alimento que guardaba.
Esta reacción mecánica y profundamente utilitarista ante la muerte (cuido de mi hermana mientras vive y, cuando deja de hacerlo, continúo mi vida aprovechando lo que puedo de sus restos) no se encuentra en otras especies más avanzadas, que experimentan un auténtico duelo ante la pérdida de sus hijos, padres o hermanos. Tal es el caso de chimpancés, elefantes, mandriles y (posiblemente) delfines www.lavanguardia.com/natural/20180620/45283960717/delfines-cetaceos-se
Cuanto mayor es la capacidad racional del sujeto, mayor es su desamparo ante la muerte. El sentido común nos dice que, si la conciencia está ligada al cerebro hasta el punto de que un golpe en la cabeza puede trastocar la personalidad de alguien, el apagado del cuerpo que nutre a ese cerebro implica la desaparición eterna de su dueño. Y cuando le amas con toda tu alma, ese adiós definitivo es brutalmente traumático, siendo el preludio del adiós que tú mismo darás al mundo tiempo después. Tywim Lannister intentaba suplir ese vacío con la idea del legado, es decir, de la eterna pervivencia de un sujeto gracias a sus conquistas y al poder que acumuló en vida y traspasó a sus descendientes. Pero su permanente cara de amargado evidenciaba que el legado no era la solución al problema.
Hay una película que te pone cara a cara con la crudeza de la muerte de un modo especialmente descarnado. Se llama La Tumba de las Luciérnagas. Trata de dos hermanos japoneses que deben sobrevivir solos a la guerra americano-japonesa que se produjo en la Segunda Guerra Mundial. La niña es deliciosa, pura, inocente, llena de luz y vida...y el final es desolador. Desde que la vi hay determinadas imágenes que no se me van de la cabeza y en ciertas noches me quitan la paz con la que solía dormir. He visto infinidad de películas de terror y gore, desde las comerciales (que suelen dar risa) a otras menos conocidas que suelen causar perturbación a la gente normal. Yo siempre me reía con ellas, pero esta película (de dibujos animados para colmo) me ha trastocado.
Resulta tremendamente difícil creer en la vida después de la muerte, y también es un ejercicio muy complicado imaginar lo que es dejar de existir, pues no hay nada más personal que la propia conciencia, y supongo que no está programada para concebir la imagen de su propio apagado, igual que una bombilla no puede programarse para generar oscuridad. Y aquí estamos, en un grano de arena enmedio del universo donde miles de millones de seres nacen, mueren, se reproducen, se parasitan, se devoran o se ayudan todos los días. Y cuando observas que eres uno de esos millones de engranajes, cuya fecha de caducidad está escrita en una etiqueta que jamás podrás leer, resulta difícil pensar en todo lo que perderás por el camino, hasta llegar a perderte a ti mismo. Resulta difícil imaginar cómo lidiarás con el vacío de la pérdida, cómo dormirás cuando la oscuridad de la noche te grite un determinado nombre que jamás volverás a ver, y tus recuerdos más dulces se conviertan en sombras cuya belleza es ahora ausencia que te acuchilla.
En La Tumba de las Luciérnagas encontré una de las pocas razones que pueden hallarse para no autodestruirte anticipadamente. La niña, esa expresión perfecta de lo que sería el rostro de Dios si existiera, solamente necesitaba un cuenco de arroz al día para seguir brillando. Algo tan simple y elemental como eso. Algo que cualquiera de nosotros podría darle. Posiblemente el único sentido de la vida se encuentre no en observar amaneceres, sino en contribuir a que surjan de entre las sombras. No serán tu legado tal y como lo entendía Tywin Lannister, ni podrás escribir tu nombre en ellos, pero podrás sonreír apartando el mal recuerdo de que esos amaneceres podrían no haber surgido nunca. Y descubrir que la perfección tal vez no esté en lo inmortal, sino en el firmamento estrellado que dibujan una nube de luciérnagas sobre la tela que sirve de puerta a una cueva, aunque estén llamadas a morir unas horas después. Poner la tela noche tras noche, para que esas luces se reflejen en los ojos de una niña e iluminen su rostro, puede ser el sentido de la vida.