La historia de María, que no se llama María, ilustra el laberinto burocrático y judicial por el que a menudo tienen que pasar los pequeños que denuncian abusos de sus padres. Cuando hay mala relación entre los progenitores y no existen pruebas físicas claras de las agresiones, los jueces tienen que tomar una decisión solo con los testimonios de los protagonistas y con la exploración técnica que realiza el equipo psicosocial de los juzgados. El perito que examinó a María no le creyó y un juzgado de Madrid archivó su caso en enero de este año.