En los años veinte y treinta del pasado siglo, ingenieros de diversos países comenzaron a desarrollar propuestas para lograr trenes más ligeros y rápidos para lo que, entre otras cosas, era preciso bajar el centro de gravedad para evitar su descarrilamiento. De este modo surgieron diversas ideas en Alemania, Francia o Estados Unidos. Alejandro Goicoechea, creador del TALGO, no fue ajeno a esta corriente internacional y, desde su puesto de responsable del material móvil del Ferrocarril de La Robla inició el estudio de sus propias alternativas.