El robot perdido

En Hyper Base, las medidas se tomaron con una especie de furia frenética; fue como el equivalente muscular de un grito histérico.

Para clasificarlas por orden de cronología y desesperación, fueron:

1. Todo trabajo en la Zona Hiperatómica que atraviesa el volumen espacial ocupado por las Estaciones del Grupo Asteroidal Veintisiete quedó inmovilizado.

2. Todo volumen espacial del Sistema quedó aislado, prácticamente hablando. Nadie podía entrar sin permiso. Nadie podía salir bajo ningún pretexto.

3. Los doctores Susan Calvin y Peter Bogert, respectivamente Jefe del Departamento de Psicología y Director del Departamento de Matemáticas de la United States Robots & Mechanical Men Inc. fueron llevados a Hyper Base por una nave de patrulla especial del Gobierno.

 Susan Calvin no había salido nunca de la superficie de la Tierra ni tenía especiales deseos de salir de ella. En una era de energía atómica y de clara aproximación a la Zona Hiperatómica, seguía siendo muy provinciana. Estaba, pues, descontenta de su viaje y poco convencida de su urgencia y todas las facciones de su rostro, a su media edad, lo demostraron claramente durante su primera cena en Hyper Base.

Tampoco la lívida palidez del doctor Bogert abandonaba una cierta actitud de recelo. Ni el general Kallner, que dirigía el proyecto, olvidó una sola vez de mantener una expresión obsesionada.

En una palabra, aquella comida fue un tétrico episodio y la pequeña conferencia de los tres que la siguió, empezó de una manera gris y melancólica.

Kallner, con su reluciente calva y su uniforme, que desentonaba con el resto del ambiente, tomó la palabra con visible inquietud.

—Es realmente toda una historia la que tengo que contarles. Tengo que darles las gracias por su llegada al primer aviso y sin motivo justificado. Trataremos de corregir todo esto, ahora. Hemos perdido un robot. El trabajo ha parado y debe seguir parado el tiempo necesario para encontrarlo. Hasta ahora hemos fracasado y tenemos la sensación de que necesitamos una ayuda científica.

Acaso el general sintiese que su declaración resultaba decepcionante porque, con cierta desesperación, continuó:

—No necesito decirles la importancia que tiene el trabajo que aquí realizamos. Más del ochenta por ciento de las adjudicaciones de investigación científica de este año han recaído sobre nosotros...

—Sí, eso ya lo sabemos —dijo Bogert amablemente—. U. S. Robots percibe cuantiosos ingresos anuales por el uso de nuestros robots.

Susan Calvin introdujo una brusca y avinagrada nota.

—¿A qué es debida la gran importancia de un solo robot para el proyecto y por qué no ha sido localizado?

El general volvió rápidamente su rostro congestionado hacia ella y se pasó la lengua por los labios.

—En cierto modo, lo hemos localizado. —Pero añadió, angustiado—: Me explicaré. En cuanto nos dimos cuenta de la desaparición del robot, se declaró el estado de guerra y todo movimiento en la Hyper Base cesó. El día anterior había aterrizado una nave mercante trayendo dos robots destinados a nuestros laboratorios. Quedaban sesenta y dos robots de..., del mismo tipo, para ser llevados a otros sitios. De esta cifra estamos seguros. No cabe la menor discusión posible.

—¿Sí? ¿Y qué relación...?

—Una vez nos fue posible localizar al robot desaparecido, y le aseguro que hubiéramos localizado una brizna de hierba si hubiese estado allí para ser localizada, nos devanamos los sesos contando los robots que quedaban en la nave. Había sesenta y tres.

—¿Entonces el sesenta y tres, supongo, es el hijo pródigo desaparecido? —dijo la doctora.

—Sí, pero no podemos saber cuál de los sesenta y tres es.

Hubo un profundo silencio mientras el reloj eléctrico daba nueve campanadas; y la doctora en psicología robotiana, dijo:

—Muy extraño...

Las comisuras de sus labios se inclinaron hacia abajo y se volvió hacia su compañero con un indicio de furor.

—Peter, ¿qué ocurre aquí? ¿Qué clase de robots utilizan en Hyper Base?

El doctor Bogert vaciló y sonrió débilmente.

—Hasta ahora ha sido una cosa de gran discreción, Susan... —dijo.

—Sí, hasta ahora —dijo ella rápidamente—. Si hay sesenta y tres ejemplares del mismo tipo, uno de los cuales se busca y cuya identidad no puede ser determinada, ¿por qué no puede servir uno cualquiera de ellos? ¿Qué significa todo esto? ¿Para qué nos han llamado?

—Si me permite usted un momento —dijo Bogert con aire resignado—, Hyper Base, Susan, emplea diversos robots cuyos cerebros no tienen impresa toda la Primera Ley Robótica.

- ¿Qué no tienen impresa...? —preguntó Susan, echándose para atrás—. Ya... ¿Y cuántos se hicieron?

—Pocos. Fue un pedido del Gobierno y no había manera de violar el secreto. No tenía que saberlo nadie más que los altos dirigentes. Usted no estaba incluida, Susan. No era nada con que yo tuviese que ver.

 Isaac Asimov, "Yo, robot". Fragmento del relato: "El robot perdido".