Marcos Benavent, de 43 años, nunca ha tenido la actitud discreta y pía que se le supone a alguien nacido en el seno de una familia de abogados con progenitores del Opus Dei. Extrovertido y bien plantado, Benavent era un payo que caía bien. Saludaba a todos con una bonhomía que le separaba de la altivez de muchos hijos de la burguesía local. Y muy pronto vio en la política una salida natural a sus habilidades sociales.
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