¡Se veía venir! Tras el fallecimiento de nuestro ilustre Caudillo Francisco Franco, que lo fue por la gracia de Dios, España se vio de nuevo enfrentada con las hordas rojas y judeomasónicas que, hasta tan aciago acontecimiento, estaban agazapadas en sus cubículos muertas de terror. A duras penas se consiguió mantener la monarquía borbónica, recuperada en la persona de Juan Carlos de Borbón y Borbón, designado para ese puesto por nuestro invicto líder. Fueron días de acontecimientos azarosos en los que vivimos trágicos días como aquel infausto 9 de abril de 1977 en el que el traidor Adolfo Suárez legalizó al Partido Comunista de España, mancillando así las sagradas celebraciones de la Semana Santa. El desconcierto cundió entre las filas de los que creemos en la verdadera España: Una, Grande, Libre y, por supuesto, Católica.
Afortunadamente, nuestro entonces líder, Don Manuel Fraga Iribarne (Dios lo tenga en su gloria), cuya autoridad emanó en su día directamente del Generalísimo, supo tomar las riendas de la situación y crear un partido, Alianza Popular, que pronto se convertiría en depositario de todas las grandes virtudes que han hecho a nuestra amada España la reserva espiritual de Occidente. Gracias a ese partido, y tras el hundimiento del engendro centrista creado por el traidor Suárez, los verdaderos españoles de bien pudimos ver de nuevo la luz.
Tras decidir su retirada de la primera línea de combate, el ínclito Fraga Iribarne se encargó personalmente de designar su sucesor, en una nueva demostración de la autoridad que, en la más pura tradición en nuestras filas, le corresponde al líder natural. Bien es verdad que la designación inicial del ya casi felizmente olvidado Hernández Mancha nos desconcertó inicialmente, pero el error fue corregido rápidamente y fue José María Aznar quien tomó entonces el mando de nuestra gloriosa nave.
A partir de ahí la progresión fue fulgurante. El avance imparable de nuestro partido, denominado entonces ya con su actual nombre de Partido Popular, culminó en la toma de las riendas del gobierno tras la victoria en las elecciones generales de 1996. Bien es verdad que se tuvieron que hacer algunas ignominiosas concesiones a nuestros infames adversarios y aparentar cierta vacilación en nuestras convicciones, debido a que la mayoría obtenida era sólo relativa. Pero el fin justifica los medios y, en el año 2000, obtuvimos la recompensa de la mayoría absoluta que, de manera natural, nos corresponde a los españoles de bien.
Mucho se avanzó en esa legislatura. Como es sabido, España salió del rincón de la historia de la mano de Aznar, volviendo al puesto de centinela de Occidente que no debió perder nunca. La política fue entonces respetuosa con la Iglesia Católica, de manera a favorecer la instrucción de los jóvenes españoles en concordancia con la que es religión natural de España (y naturalmente del orbe entero). Bien lo supo reconocer públicamente el entonces Papa Juan Pablo II quien, en su memorable visita a nuestro país, recibió a la familia de Aznar para bendecir su gobierno.
Sólo debido al atentado del 11m en Madrid pudo truncarse aquella gloriosa trayectoria. Bien es sabido, gracias a la conspiración desvelada por ilustres periodistas como Pedro J en El Mundo y Losantos en la COPE, que todo fue una maniobra orquestada por el PSOE, ETA y los servicios secretos franceses y marroquíes, con la connivencia de algunos miembros de la policía española, para precisamente acabar con esa época gloriosa que disfrutábamos entonces. Se impidió entonces que Rajoy, actual líder imbuido de la autoridad que le confirió Aznar, accediera al puesto de Presidente del Gobierno que le correspondía.
Tuvimos que soportar, durante dos interminables legislaturas, que las hordas rojas, comandadas entonces por el infame Zapatero, accedieran a los mandos de nuestra gloriosa nave española. La protervia de esos pérfidos bolcheviques se evidenció rápidamente, permitiendo que uniones antinaturales entre dos varones o dos hembras fueran consideradas tan válidas como el sagrado e indisoluble sacramento del matrimonio entre hombre y mujer instituido por Dios. De nada sirvieron las manifestaciones de millones de españoles de bien, encabezadas por obispos y destacados dirigentes del Partido Popular, y la afrenta a la ley natural emanada directamente de la Divinidad, fue promulgada. Además hubo que soportar otras malvadas leyes, como la que hizo más sencilla la disolución del matrimonio, o la eliminación del valor académico de la enseñanza de la religión a nuestros hijos, cuya formación religiosa es imprescindible pra llegar a ser los futuros defensores de la verdadera fe.
Fue probablemente Dios mismo, horrorizado por tanta protervia, quien envió una plaga, en forma de crisis económica, que permitió abrir los ojos a la inmensa mayoría de españoles y desalojar del mando a los comunistas y sus aliados bolivarianos y catalanes antiespañoles. De nuevo los españoles de verdad, representados en el líder Rajoy recobraron el gobierno de nuestra amada España. Pero, quizás por la imprevista permanencia en la oposición durante largos años, una condición que no nos es natural a los verdaderos españoles, el ánimo de Rajoy flaqueó y la nave española zozobraba, acosada por sus enemigos. En ello influía seguramente detalles que hacían dudar de las rectas y católicas convicciones de Rajoy. Hasta nuestro amado Rey Juan Carlos, instituido en su trono por el mismo caudillo, cedió a presión de las turbas enemigas y dejó en su puesto a su legítimo sucesor, nuestro actual soberano Felipe VI, al que podemos ver como nieto del Generalísimo. Finalmente, mediante una jugarreta ilegítima, tanto por su forma como por su objetivo, el contubernio comunista y judeomasónico recuperó el gobierno, ayudado en esta ocasión por los traidores independentistas catalanes, dispuestos a romper la sagrada Unidad de la Patria para satisfacer sus más bajos instintos.
Han vuelto desde entonces los aciagos días en los que España se ve gobernada por los herederos de aquellas turbas rojas que asolaron esta tierra. La unidad es más necesaria que nunca y, sin embargo, se ha desencadenado una lucha por el liderazgo impropia de la tradicional unidad de nuestras filas. El poder que detenta nuestro ahora líder Pablo Casado ha sido ratificado por el insigne Aznar por lo que proviene, en línea directa, de nuestro glorioso Caudillo y es por tanto indiscutible. Es cierto que algunos ilustres integrantes de nuestro partido observan pequeños detalles que hacen dudar de la capacidad de Pablo Casado para guiarnos a la victoria y eso les hace pensar en alternativas como Santiago Abascal, el líder de Vox. Pero que se guarden de ello ¿acaso nuestro presidente de Honor José María Aznar no pareció en su primera gloriosa legislatura dudar en algunos aspectos? ¿No quedó clara posteriormente su férrea defensa de la España católica y gloriosa que nos merecemos? ¿No perdió él elecciones antes de su victoria? Santiago Abascal no es más que la oveja descarriada de la que nos habla el Evangelio, y volverá pronto al rebaño popular, para alegría de todos los verdaderos españoles. Nuestra victoria depende de nuestra fe inquebrantable en el líder, Pablo casado.
Recordad los gloriosos versos: Prietas las filas, recias, marciales,…
P.D.: Os dejo esto como regalo para esta semana de descanso. ¡Salud y República!