El anegamiento de miles de hectáreas de cultivos en el eje de la cuenca y la laminación de las crecidas en sus afluentes Irati y Aragón al estar casi vacíos sus pantanos reducen a dos tercios de su magnitud natural una riada que sin esas maniobras habría resultado devastadora para Zaragoza y para los propios pueblos ribereños, que ensayan un nuevo modelo de convivencia con el río tras empezar las administraciones a liberar espacio en su llanura.
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