Al parecer, un arcediano de la catedral de Sevilla había llevado una discusión que le enfrentó a un zapatero hasta el extremo máximo, dando muerte de una puñalada el religioso al pobre remendón. Mereciendo mayor castigo por el asesinato, finalmente sus influencias y el ser hombre de Iglesia dejaron la pena en la prohibición de decir misa durante un año. El hijo del asesinado se dispuso a cobrarse la venganza por la vida de su padre en la del propio asesino.
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