El teatro depende de sus espectadores más que cualquier otro arte. La conversación entre dramaturgos, intérpretes y audiencia es constante. Un diálogo en el que el público siempre tiene la última palabra. Si la función se llena noche tras noche, la obra podría mantenerse en escena ad infinitum. Si, por el contrario, el teatro en cuestión no recibiese a suficiente gente, el trabajo de meses y meses podría concluir en menos de una semana de representaciones.
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