«Me devano los sesos para saber por qué un tipo necesita treinta páginas para describir cómo se da la vuelta en la cama antes de dormir». Esto le dijo una editorial a Marcel Proust cuando recibió En busca del tiempo perdido. Si alguien ha sido capaz de juzgar de esta manera a una obra que, a la postre, ocuparía un puesto de honor destacado en el Olimpo literario, asume falibilidad en las opiniones de las editoriales. Incluso, aunque apoyen sus decisiones en estudios de mercado, big data y gráficos que no entienden ni ellas.
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