El grado de inversión necesario para la realización de las Olimpiadas, más aún en épocas de déficit, no tiene justificación clara si no se remite a la sociedad el grado de retorno de la inversión y los beneficios no económicos, de imagen, turísticos, culturales e incluso deportivos; que puede suponer un gastos tan inmenso, en una época en la que el gasto prioritario probablemente no sea ese.
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