En la edad media, Francia era una tierra de monstruos persistentes y legendarios, abominaciones anacrónicas que quedaron como reliquias de los años primigenios. Había un neodragón que era particularmente horrible llamado tarasque. Fue desovado por el monstruo bíblico Leviatán y originariamente vivía en Galatia, en Asia Menor, pero frecuentaba los bancos del río Ródano entre Aviñón y Arles.
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