La sobrecarga energética producida por una llamarada del Sol puede quemar los sistemas electrónicos de los satélites o producir señales falsas que saquen al artefacto de su órbita. Una supertormenta solar se convertiría así en un tsunami interestelar con consecuencias descomunales para todo el planeta. “La gran tormenta de Carrington de 1859, la más intensa que se conoce, pudo dejar sin telégrafo durante un tiempo a las personas de aquella época, pero el impacto fue insignificante comparado con el que podría tener una tormenta así hoy".
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