Y, ¿para qué hay que tener un patrón? ¿Sería Navarra menos Navarra si no lo tuviera? ¿Qué pasaría si dejáramos de tener patrones y patronas en los pueblos y ciudades? ¿Se hundiría la estatua de los fueros, el santuario de Javier, la catedral de Pamplona? ¿Bajaría Osasuna irremediablemente a segunda división? ¿No habría fiestas? ¿Quién ha decidido que haya un santo patrón confesional en un Estado aconfesional? La existencia de este patronaje confesional revelaría cuán genuflexo sigue el poder civil respecto del poder religioso y teocrático.
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