Torturar a un animal hasta la muerte mientras el público aplaude es algo más que arte, es mucho más que cultura. Es más que “un signo identitario del pueblo español” “sin el cual, sencillamente, no seríamos los mismos”. Es más que “una manifestación artística” “en la que se resaltan valores puramente humanos, como la inteligencia, el valor, la estética o la solidaridad”. Es algo muy superior a todo eso. Para el PP, autor de los entrecomillados, torturar a un toro con ritual y espectadores es un derecho constitucional.
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