En el patio del trullo, sobre el que se ve un trozo de cielo azul para que los presos sueñen con prados verdes, los paseantes se rigen por la ley inexorable del talego, que no se deja convencer por las palabras en latín de los picapleitos. Las sentencias implacables de dicha ley se dictan en el oscuro, se susurran apenas, pero cuando se dicen el patio nerviosea y cada menda se pone a lo suyo con aplicación, que es callar, no ver y no oír. Los corros gitanos no hacen rumba y se chapan los trapicheos de posturas de jaco, se pone denso el aire...
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