Miles, cientos de miles, millones de chicles están incrustados en las calles de Barcelona. Son esas costras endurecidas y oscurecidas por el tiempo diseminadas por toda la urbe, de Sarrià al Raval. Crecen a una velocidad media de veinte por metro cuadrado al mes, muy por encima del ritmo de su limpieza y su proceso de biodegradación.
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