En la secundaria recuerdo que uno de los profes me lamió la cara una vez y en otra ocasión me la besó, me pasó la lengua por todas partes: ojos, mejillas, frente, pómulos… menos la boca, en medio de todo el salón. Él estaba sobre el escalón de la “autoridad”, esa elevación del piso que ponen en algunas escuelas para que los profes puedan ver desde arriba a los alumnos; yo estaba abajo. Para ese entonces a mis 13 años, a nivel mental me parecía divertido pero la sensación era extraña, no sabía cómo describirla, ahora puedo decir que sentía asco.
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