Teoría e historia anarquista desde una perspectiva global - Felipe Corrêa

Este artículo pretende presentar brevemente la investigación llevada a cabo a lo largo de unos años que culminó con la publicación del libro Bandeira Negra: rediscutindo o anarquismo. (Corrêa, 2015).

Parte de un proceso colectivo de investigación global sobre el anarquismo, que ha sido llevado a cabo por investigadores de diferentes partes del mundo dentro del Instituto de Teoría e Historia Anarquista (ITHA), este libro tiene un objetivo general: responder en profundidad a qué es el anarquismo.

Para ello, procede en tres frentes fundamentales: 1.) Una evaluación crítica de los estudios de referencia sobre el anarquismo (en portugués, español, inglés y francés); 2.) Propuesta de un nuevo enfoque teórico-metodológico para los estudios anarquistas; 3.) Redefinición del anarquismo, complementada con la exposición de sus grandes debates históricos y sus corrientes, a partir de la producción escrita de más de 80 autores/organizaciones anarquistas y de la historia global del anarquismo en sus casi 150 años de existencia.

A continuación se expondrán los principales argumentos del libro, tomando como base los tres frentes mencionados.

Balance crítico de los estudios de referencia

Los estudios de referencia sobre el anarquismo fueron aquellos que aparecieron con frecuencia en las bibliografías de las obras utilizadas en la elaboración del libro y que fueron identificados como relevantes en un análisis bibliométrico realizado en Google Scholar. Mediante este procedimiento, surgieron siete estudios, citados aquí cronológicamente, por su nombre en portugués y seguidos del año original de su publicación: Las doctrinas anarquistas [Der Anarchismus], de Paul Eltzbacher (1900); Historia de la anarquía, de Max Nettlau (contenido de los años 20 y versión modificada en 1935); Historia de las ideas y los movimientos anarquistas, de George Woodcock (1962); Anarquistas y anarquismo, de James Joll (1964); Anarquismo: From Doctrine to Action, de Daniel Guérin (1965); Demanding the Impossible, de Peter Marshall (1992); Anarchist FAQ, de Iain McKay (desde 1995 en internet y primer volumen en libro desde 2007).

Una parte considerable de estos estudios -que, hay que decirlo, simpatizan con el anarquismo- fueron importantes en su tiempo y lugar; entre ellos destacaría sobre todo la producción de M. Nettlau. Además, hay que tener en cuenta que estos estudios no han aprovechado las posibilidades que existen hoy en día y que, en casi todos ellos, aunque unos más que otros, tienen importantes aportaciones para nuestro tiempo. Sin embargo, también es necesario hacer una crítica a estos estudios que, aunque generosa y sin descalificaciones, debe tratar de resolver los problemas que han ido subvencionando las afirmaciones erróneas que se repiten constantemente. Un análisis crítico y profundo permite identificar inconvenientes e insuficiencias que deben ser corregidos y complementados para avanzar en la investigación y elevar el nivel de comprensión del anarquismo.

En cuanto a la metodología historiográfica, en general, predomina en estos estudios la focalización en los grandes hombres, basándose en lo que podría llamarse "historia desde arriba"[1] En cuanto al ámbito geográfico, predomina una focalización casi exclusiva en Europa Occidental o en el eje del Atlántico Norte, disminuyendo o ignorando absolutamente autores y episodios de otras partes del mundo. A menudo, estos estudios operan con un conjunto bastante restringido de autores y episodios, y suelen hacer generalizaciones a partir de una base de datos restringida.

Eltzbacher (2004) aborda el anarquismo a través de un estudio de los "siete sabios", en su mayoría europeos: William Godwin, Max Stirner, Pierre-Joseph Proudhon, Mikhail Bakunin, Piotr Kropotkin, Liev Tolstoy y Benjamin Tucker; no presenta episodios en los que el anarquismo estuvo involucrado. Nettlau (2008/prensa) se escapa un poco de la regla, ya que trabaja, además de con los grandes pensadores, con un amplio abanico de iniciativas y movimientos; aun así, se ocupa principalmente de Europa Occidental, Rusia y Estados Unidos - el resto del mundo ocupa menos del 10% de su obra.

Woodcock (2002) dedica casi toda la parte teórica de su estudio a seis pensadores, todos europeos; son los mismos que Eltzbacher sin B. Tucker. En la parte que se centra en la práctica, dedica el 60% a los análisis de Francia, España, Italia y Rusia, y sólo unas pocas páginas a América Latina y Estados Unidos. Joll (1970) basa la parte teórica de su trabajo casi exclusivamente en P.-J. Proudhon y M. Bakunin; en la parte de la práctica, se centra en los debates europeos sobre la llamada "propaganda por el hecho" y sobre el sindicalismo, así como en el estudio de las revoluciones rusa y española. Guérin (1968) dedica su parte teórica básicamente a tres autores: M. Stirner, P.-J. Proudhon y M. Bakunin; su parte centrada en la práctica analiza la Revolución Rusa, los Consejos de Fábrica italianos y la Revolución Española.

Marshall (2010) dedica más de 200 páginas de su reflexión teórica al análisis de 10 autores: los seis de Woodcock más Élisée Reclus, Errico Malatesta, Emma Goldman y Mahatma Gandhi; en su volumen de más de 800 páginas, menos del 10% está dedicado a Asia y América Latina, mientras que África y Oceanía ni siquiera se mencionan. McKay (2008) moviliza un conjunto de autores más amplio que la mayoría de los otros estudios, pero los clásicos europeos y norteamericanos siguen destacando entre ellos.

El enfoque que predomina en los estudios de referencia tiende a reducir el anarquismo a algunos de sus "grandes clásicos" y a unos pocos episodios históricos, a menudo elegidos arbitrariamente. Del mismo modo, es común no considerar, en la mayoría de los casos, lo que llamamos los "vectores sociales" del anarquismo - expresiones de masas en las que las posiciones de los anarquistas fueron decisivas o hegemónicas en términos estratégicos.

Bandeira Negra sostiene que el anarquismo debe ser estudiado, en términos de teoría e historia, como un fenómeno global de prácticamente 150 años de existencia. Sobre sus clásicos, defiende que es necesario desarrollar un método adecuado para delimitar lo que son y relacionarlos con los movimientos de su época y los innumerables anónimos, que permitieron la existencia real del anarquismo. Sobre sus episodios, recomienda la necesidad del estudio de las iniciativas en las que participaron los anarquistas y el establecimiento, también mediante un método adecuado, de cuáles fueron los grandes episodios del anarquismo en el mundo. En este proceso, es fundamental observar con atención los vectores sociales mencionados, sin los cuales no se puede entender el anarquismo, especialmente el sindicalismo revolucionario y el anarcosindicalismo. Tanto para los clásicos como para los episodios y vectores, el libro indica que, además del eje del Atlántico Norte, es imprescindible mirar a América Latina, Europa del Este, Asia, África y Oceanía.

Además, los estudios de referencia sobre el anarquismo recurren a menudo a enfoques ahistóricos, como el argumento de que el anarquismo siempre ha existido, o a definiciones amplias, como las que se refieren al anarquismo como sinónimo de lucha contra la autoridad, antiestatismo, defensa de la libertad. Entre otras cosas, como sostiene Lucien van der Walt (2016, pp. 86-91), estos enfoques, además de numerosas inconsistencias lógicas, son incapaces de explicar por qué el anarquismo surgió y se desarrolló en algunos contextos y no en otros, ni de diferenciar el anarquismo de otras ideologías; algunos incluso operan con un excesivo distanciamiento entre teoría e historia[2].

Marshall (2010, pp. 3-4) sostiene, en línea con el primer argumento, que "el primer anarquista fue la primera persona que sintió la opresión de otro y se rebeló contra ella". Nettlau (2008/no prelo) y Woodcock (2002) se mueven en una dirección similar, al igual que otros estudios influyentes, como el libro Anarcosindicalismo de Rudolf Rocker (1978) y, sobre todo, el artículo "Anarquismo" de P. Kropotkin (1987), que presentan el anarquismo como un rasgo universal de la humanidad. En una definición amplia, Eltzbacher (2004, p. 292) señala que: "las enseñanzas anarquistas sólo tienen una cosa en común: niegan el Estado en el futuro". Las definiciones amplias e imprecisas también están presentes en los estudios de Nettlau (2008/no prelo), Woodcock (2002, vol. I, pp. 7, 16) y Marshall (2010, pp. xv, 3), así como en otros, como The Anarchists de Roderick Kedward (1971, pp. 5-6) y The Black Flag of Anarchy de Corinne Jacker (1968, p. 3).

Otros dos procedimientos complican estos problemas de enfoques ahistóricos y definiciones amplias e imprecisas.

En primer lugar, el uso descontextualizado de los análisis etimológicos del término "anarquía" y sus derivados. Aunque Guérin (1968, pp. 19-20) y McKay (2008, pp. 19-21) recurren a ellas, son Woodcock (2002, vol. I, p. 8) y Marshall (2010, p. 3) quienes lo hacen de forma descontextualizada, y las consideran como algo relevante en sus definiciones del anarquismo, sin conseguir escapar a las complicaciones derivadas de la amplitud e imprecisión. Sin contextualización, este procedimiento apunta necesariamente a una definición del anarquismo como contraposición a la autoridad, al gobierno, al Estado que, además del grave olvido de la historia, no permite, entre otras cosas, conocer sus aspectos constructivos.

En segundo lugar, el uso descontextualizado de la autoidentificación de los anarquistas. La inclusión de P.-J. Proudhon en el canon anarquista, por ejemplo, se basa, en una parte importante de los estudios, como sostiene Woodcock (2002, vol. I, p. 10), en el "sentido positivo" que el francés dio al término "anarquía" en su obra de 1840 ¿Qué es la propiedad? Otro ejemplo lo encontramos en el estudio de McKay (2008) que, aunque no trabaja con este criterio de forma absoluta, acoge a individualistas como Susan Brown, B. Tucker, la publicación periódica Anarchy: a journal of desire armed y primitivistas como John Zerzan y la publicación periódica Green Anarchy que, más allá de considerarse anarquistas, no tienen mucho en común con lo que fue y ha sido la tradición anarquista histórica.

Black Flag sostiene que es esencial hacer uso de un método histórico y una mediación adecuada entre la teoría y la historia. Por ello, recomienda abandonar los planteamientos ahistóricos del anarquismo, ampliamente reforzados por los anarquistas que siguieron los pasos de P. Kropotkin (1987), quien, al utilizar el argumento de la universalidad intemporal del anarquismo, más que hacer su historia, creó un "mito legitimador", una "metahistoria", que, consciente o inconscientemente, buscaba reforzar su propia ideología y contrarrestar el argumento de que sería contraria a la naturaleza humana. De manera distintiva, Bandera Negra sostiene que el anarquismo tiene una historia, relacionada con un contexto; su surgimiento y desarrollo, sus éxitos y fracasos, su flujo y reflujo sólo pueden entenderse y explicarse en términos históricos. Recomienda, además, que es imprescindible operar con una definición de anarquismo no sólo histórica, sino precisa, que permita, entre otras cosas, descartar absurdos como la idea de "anarcocapitalismo", que deriva de la comprensión del anarquismo como sinónimo de antiestatismo; y diferenciar el anarquismo de otras ideologías, entre ellas el liberalismo y el marxismo.

De los planteamientos problemáticos mencionados se derivan varias conclusiones erróneas, que pueden encontrarse en los estudios de referencia y también en otros estudios. Entre ellos, destacan algunos.

Eltzbacher (2004, p. 270), Woodcock (2002, vol. I, p. 14) y Joll (1970, pp. 29, 325) señalan que el anarquismo constituye una ideología incoherente; para este último, "fue el conflicto entre estos dos tipos de temperamento, el religioso y el racionalista, el apocalíptico y el humanista, lo que hizo que la doctrina anarquista fuera tan contradictoria". Marshall (2010, p. 3), McKay (2008, p. 18) y Guérin (1968, p. 12), si bien señalan tales contradicciones, creen que son positivas porque derivan del antidogmatismo anarquista y pueden conciliarse entre sí. La comprobación de la incoherencia, incluso, permitió a autores como Caio T. Costa (1990, pp. 7, 12) y Ricardo Rugai (2003, p. 2) hablar de la existencia de "anarquismos".

Haciendo hincapié en que el anarquismo no tuvo ninguna repercusión popular significativa, Irving Horowitz (1982, p. 9) señaló su "virtual desaparición [...] como movimiento social 'organizado'", mientras que Kedward (1971, p. 120) fue más allá, escribiendo que "el ideal de la anarquía nunca fue popular", y que "encontró la oposición de todas las clases y todas las edades".

Sosteniendo que el anarquismo prácticamente terminó después de la Revolución Española (1936-1939), Woodcock (2002, vol. II, pp. 288, 295), aunque modificando ligeramente su posición años después, defendió "el fin de esta historia del anarquismo en el año 1939", porque ese año "marca la verdadera muerte" del "movimiento anarquista" histórico. Guérin (1968, p. 155), de acuerdo con esto, señaló: "la derrota de la Revolución Española privó al anarquismo de su único bastión en el mundo", siendo que "de esta experiencia, el movimiento anarquista salió aplastado". En términos generales, este argumento se acerca al que sostiene que esta revolución constituye una excepción en la historia anarquista, ya que fue uno de los pocos casos en los que el anarquismo se convirtió en un amplio movimiento de masas.

Joll (1970, pp. 327-328) y Woodcock (2002, vol. II, pp. 293; 290) sostienen, al igual que muchos marxistas (por ejemplo, Hobsbawm, 1985), que el anarquismo movilizó a unas bases de clase limitadas, restringiéndose a los campesinos y artesanos en decadencia, sin adaptarse al capitalismo industrial.

Otras conclusiones que apoyan los estudios son que el anarquismo se fundamenta en el idealismo (Eltzbacher, 2004, p. 273; Woodcock, 2002, vol. I, p. 15), el espontaneísmo (Eltzbacher, 2004, p. 280), individualista (Joll, 1970, pp. 32-33; Horowitz, 1982, p. 16; Woodcock, 2002, vol. I, p. 36, vol. II, p. 292) y juvenil (Joll, 1970, p. 330; Kedward, 1971, p. 120). Curiosamente, estas conclusiones se acercan a las críticas leninistas al anarquismo (por ejemplo, Kolpinsky, 1976, p. 333), que no tienen nada de científicas; son meras afirmaciones ideológicas, sin base histórica, con el fin de autopromocionarse a costa del adversario.

Nuevo enfoque teórico y metodológico

Bandera Negra propone nuevos fundamentos de método y teoría para los estudios sobre el anarquismo, que son capaces no sólo de enfocar este objeto de una manera más adecuada, sino también de demostrar el equívoco de las conclusiones presentadas anteriormente.

En primer lugar, el libro recomienda recurrir -en su caso, elaborar- una definición histórica y precisa del anarquismo, que incluya los aspectos comunes de sus autores y episodios, y que sea capaz de diferenciarlo de otras ideologías, abarcando sus continuidades y permanencias en el largo plazo.

Además, hace hincapié en el establecimiento de una clara distinción entre dos cosas diferentes: una tradición histórica anarquista y un universo "libertario" más amplio y no necesariamente histórico, siendo la primera parte de la segunda. Así, todo anarquista es libertario, pero no todo libertario es anarquista. La tradición histórica anarquista, según esta concepción, implica un conjunto de fenómenos históricos que se desarrollan y difunden a partir de bases comunes y se explican por las relaciones sociales establecidas por diferentes medios (contactos cara a cara, por carta, libros, prensa, etc.), así como por las adaptaciones y modificaciones derivadas de los diferentes contextos en los que se insertó. El universo libertario es un conjunto no necesariamente relacionado en términos históricos y que incluye luchas e iniciativas antiautoritarias, oponiéndose a la dominación y defendiendo las relaciones igualitarias[3].

En cuanto a la metodología historiográfica y el alcance geográfico hay algunas recomendaciones, que encuentran apoyo en la Nueva Historia del Trabajo y en la Historia Global del Trabajo, así como en la producción teórico-metodológica de las organizaciones, investigadores y militantes anarquistas[4], lo que contribuye a la elaboración de conceptos capaces de subsidiar los estudios sobre el anarquismo, que no necesariamente tienen que ser elaborados por anarquistas. Entre ellas, se pueden mencionar las de totalidad e interdependencia, que se aplican, en el caso de los estudios del anarquismo, a la relación entre teoría e historia, entre pensamiento y acción, entre autores y episodios, entre forma y contenido, anarquismo y luchas sociales, críticas y proposiciones.

Black Flag considera necesario operar con un método histórico que se sirva de los elementos de la historia vista desde abajo[5]; que permita relacionar a los clásicos con los movimientos y luchas de su tiempo; que haga una relación precisa del anarquismo y los anarquistas con el contexto en el que se insertaron; que considere, en la medida de lo necesario, las reflexiones globales del anarquismo, teniendo en cuenta el amplio período que va desde su surgimiento en el siglo XIX hasta el presente; que identifique las vías de difusión del anarquismo, a través de contactos entre militantes, cartas, lecturas compartidas, etc. y que responda a la medida en que los rasgos generales de este anarquismo en difusión se han mantenido y modificado/adaptado a las realidades locales, incorporando otras tradiciones de lucha y resistencia; que permita identificar las continuidades y permanencias del anarquismo en el tiempo y el espacio, así como sus modificaciones contextuales como resultado de las relaciones sociales. El libro también propone, siempre que sea posible o deseable, ir más allá del eje del Atlántico Norte y abarcar los cinco continentes, recurriendo, también cuando sea necesario, a las comparaciones.

Redefinición del anarquismo

A través de este nuevo enfoque, se puede ver que el anarquismo es un tipo de socialismo, caracterizado por un conjunto preciso de principios, que se manifiesta históricamente en el mundo moderno y contemporáneo. Tiene en su trayectoria la oposición al Estado, la defensa de la libertad individual (aunque dependiente y relacionada con la libertad colectiva) y la distinción del marxismo (aunque compartiendo algunas posiciones similares); pero no se puede resumir como antiestatismo, individualismo o antítesis del marxismo. Más concretamente,

El anarquismo es una ideología socialista y revolucionaria basada en determinados principios, cuyas bases se definen a partir de una crítica a la dominación y una defensa de la autogestión; en términos estructurales, el anarquismo defiende una transformación social fundada en estrategias, que debe permitir la sustitución de un sistema de dominación por un sistema de autogestión. (Corrêa, 2015, p. 117)

Hablar de ideología, aquí, no significa adoptar el significado marxista de "falsa conciencia", sino el sentido de praxis, de un conjunto de pensamiento y acción que surge en la relación entre los movimientos populares y los teóricos. El anarquismo es, ante todo, una praxis históricamente conformada que se expresa en un conjunto de principios político-ideológicos centrados en la transformación social revolucionaria, en relación con los cuales existe una importante unidad por parte de los anarquistas.

Así, el anarquismo no es una forma homogénea de leer la realidad, un cuerpo de teoría y método. Se basa en análisis racionales, métodos y teorías que tienen elementos comunes y que no pueden caracterizarse como idealistas, en el sentido de explicaciones teológicas y/o metafísicas, ni como un corpus que generalmente prioriza las ideas sobre los hechos. El anarquismo tiene como rasgo constitutivo la apertura, la pluralidad y el antidogmatismo en el campo de la teoría y el método para la comprensión de la realidad.

El trípode crítica de la dominación / defensa de la autogestión / estrategia fundamental puede ayudar a detallar la mencionada definición, ya que es en sí mismo, en Bandera Negra, el núcleo explicativo del concepto de anarquismo.

La crítica a la dominación se caracteriza por una crítica a las relaciones jerárquicas, en las que algunos deciden sobre lo que concierne a muchos o a todos, y que implican relaciones de mando y obediencia. Las relaciones de dominación están en la base de las desigualdades e injusticias sociales y pueden ser de varios tipos: explotación del trabajo, coacción física, dominación político-burocrática, alienación cultural; pueden ser de clase, nacionales, de género, étnicas/raciales, etc. Su generalización implica la existencia de un sistema de dominación.

La defensa de la autogestión se caracteriza, como antítesis de la dominación, por la participación en los procesos de decisión en la medida en que uno se ve afectado por ellos, es decir, las decisiones son tomadas por la base y las delegaciones rotativas con control de la base. Una sociedad autogestionada se caracteriza por la socialización de la propiedad, conciliada con la propiedad familiar en el campo; por el autogobierno democrático, que implica la socialización de la política, gestionada por asociaciones de trabajadores y delegaciones rotativas con control de la base; por una cultura autogestionada, apoyada en una nueva ética libertaria, una nueva educación, una nueva comunicación y un nuevo ocio. Su generalización implica la existencia de un sistema de autogestión.

La estrategia fundamental se caracteriza por un conjunto de fines y medios -es decir, objetivos, estrategias y tácticas- diseñados para salir del sistema de dominación y entrar en el sistema de autogestión y en el que hay una subordinación de los medios a los fines. Este conjunto incluye la movilización del conjunto de las clases dominadas: trabajadores urbanos y rurales, campesinos, precarios y marginados, entendiendo que las clases sociales se conciben más allá de las relaciones de producción o de la esfera económica. También incluye la búsqueda permanente de transformar, en las tres esferas -económica, política/jurídica/militar y cultural/ideológica- la capacidad de realización de estas clases en una fuerza social concreta y, con ello, luchar por la constitución de un poder autogestionado y no dominante. Rechaza la movilidad individual o sectorial dentro del capitalismo o del Estado y aboga por la transformación social a través de procesos de lucha autoorganizados que implican una revolución inevitablemente violenta, que puede ser de mayor o menor duración[6].

Este trípode, que se explicita en el libro, puede expresarse en un conjunto relativamente fijo de diez principios político-ideológicos, que se han mantenido, continua y permanentemente, entre los anarquistas. Constituyen las bases fundamentales de esta definición del anarquismo y nos permiten comprender en qué consiste su coherencia.

1.) Ética y valores. La defensa de una concepción ética, capaz de soportar la crítica y las propuestas racionales, basada en los siguientes valores: libertad individual y colectiva; igualdad en términos económicos, políticos y sociales; solidaridad y apoyo mutuo; estímulo permanente a la felicidad, la motivación y la voluntad. 2.) Crítica a la dominación. La crítica a la dominación de clase -constituida por la explotación, la coerción física y la dominación político-burocrática y cultural-ideológica- y a otros tipos de dominación (de género, de raza, imperialista, etc.). 3.) Transformación social del sistema y modelo de poder. El reconocimiento de que las estructuras sistémicas basadas en diferentes tipos de dominación constituyen sistemas de dominación y la identificación, a través de una crítica racional basada en los valores éticos especificados, de que este sistema tiene que ser transformado en un sistema de autogestión. Para ello, resulta fundamental la transformación del actual modelo de poder, que pasa de ser un poder dominante a un poder autogestionado. En las sociedades contemporáneas, esta crítica a la dominación implica una clara oposición al capitalismo, al Estado y a las demás instituciones creadas y sostenidas para mantener la dominación. 4.) Clases y lucha de clases. La identificación que en los diversos sistemas de dominación, con sus respectivas estructuras de clase, hacen las dominaciones de clase permite concebir la división fundamental de la sociedad en dos grandes categorías globales y universales, constituidas por clases con intereses irreconciliables: las clases dominantes y las clases dominadas. El conflicto social entre estas clases caracteriza la lucha de clases. [Las otras dominaciones deben ser combatidas concomitantemente con las dominaciones de clase, el fin de estas últimas no significa necesariamente el fin de las primeras. 5.) Clasismo y fuerza social. La comprensión de que la transformación social de clase implica una práctica política, constituida a partir de la intervención en la correlación de fuerzas que constituyen las bases de las relaciones de poder existentes. Busca, en este sentido, transformar la capacidad de los agentes sociales miembros de las clases dominadas en fuerza social, aplicándola a la lucha de clases y buscando incrementarla permanentemente. [...] 6.) El internacionalismo. La defensa de un clasismo que no se limite a las fronteras nacionales y que, por tanto, se base en el internacionalismo, lo que implica, en el caso de las prácticas con agentes dominados por las relaciones imperialistas, el rechazo del nacionalismo y, en las luchas por la transformación social, la necesidad de ampliar la movilización de las clases dominadas más allá de las fronteras nacionales. [...] 7.) Estrategia. El diseño racional, para este proyecto de transformación social, de estrategias adecuadas, que impliquen lecturas de la realidad y el establecimiento de caminos para las luchas. [...] 8.) Elementos estratégicos. Aunque los anarquistas defienden distintas estrategias, algunos elementos estratégicos se consideran principios: el estímulo a la creación de sujetos revolucionarios, movilizados entre los agentes que forman parte de las clases sociales concretas de cada época y localidad, que dan cuerpo a las clases dominadas, a partir de procesos que implican la conciencia de clase y el estímulo a la voluntad de transformación; el estímulo permanente al aumento de la fuerza social de las clases dominadas, para permitir un proceso revolucionario de transformación social; la coherencia entre objetivos, estrategias y tácticas y, por tanto, la coherencia entre fines y medios y la construcción, en las prácticas de hoy, de la sociedad que se quiere mañana; la utilización de medios de lucha autoorganizados que no impliquen dominación, ya sea entre los propios anarquistas o en la relación de los anarquistas con otros agentes; la defensa de la independencia y autonomía de clase, que implica el rechazo de las relaciones de dominación establecidas con los partidos políticos, el Estado u otras instituciones o agentes, garantizando el protagonismo popular de las clases dominadas, que debe ser promovido a través de la construcción de la lucha desde abajo, de abajo hacia arriba, implicando la acción directa. 9.) Revolución social y violencia. La búsqueda de una revolución social, que transforme el sistema y el modelo de poder vigente, donde la violencia, como expresión de un nivel de confrontación más agudo, es aceptada en la mayoría de los casos porque se considera inevitable. Esta revolución implica luchas combativas y cambios fundamentales en las tres esferas estructuradas de la sociedad y no se encuentra en el marco del actual sistema de dominación: está más allá del capitalismo, más allá del Estado, más allá de las instituciones dominantes. 10.) Defensa de la autogestión. La defensa de la autogestión que subyace en la práctica y la estrategia política anarquista constituye la base de la sociedad futura que deseamos construir e implica la socialización de la propiedad en términos económicos, el autogobierno democrático en términos políticos y una cultura de autoorganización. [...] (Corrêa, 2015, pp. 186-189)

Se puede observar, sin dificultad, que, así conceptualizado, el anarquismo niega no sólo la idea de que pueda ser considerado sinónimo de antiestatismo, individualismo o antítesis del marxismo, sino, del mismo modo, la idea de que defendería la negación de la política e incluso del poder. No parece haber duda de que, dependiendo de cómo se conceptualice la política y el poder, los anarquistas no pueden considerarse apolíticos y opuestos a todo tipo de poder[7].

Esta forma de concebir el anarquismo, aunque sea acusada de estrecha por los estudiosos que no están de acuerdo con ella -como Robert Graham y Nathan Jun-, en realidad no lo es. Como respondía L. van der Walt (2013) a estos autores, si, por un lado, implica la exclusión de algunos pensadores y episodios que han sido presentados como anarquistas, por otro lado, permite incluir, con mucha más coherencia metodológica, una innumerable cantidad de otros anarquistas en el canon de sus grandes representantes y de varios otros episodios en su trayectoria de luchas.

Por ejemplo, según el enfoque de Black Flag, W. Godwin y M. Stirner no deberían ser considerados anarquistas. No sólo por su falta de identificación teórico-lógica con la definición expuesta, sino sobre todo porque no tuvieron relevancia en el período de conformación del anarquismo, entre 1868 y 1886; de hecho, fueron rescatados posteriormente, en el esfuerzo por crear el mencionado "mito legitimador".

Pero, por otro lado, el libro propone que muchos otros anarquistas sean incluidos en el canon anarquista junto a M. Bakunin y P. Kropotkin: Ricardo Flores Magón (mexicano, 1874-1922), Ida Mett (rusa, 1901-1973), Edgard Leuenroth (brasileño, 1881-1968), Ba Jin (chino, 1904-2005), Mikhail Gerdzhikov (búlgaro, 1877-1947), He Zhen (chino, 1884-1920), T.- W. Thibedi (sudafricano, 1888-1960), Kim Jwa-Jin (coreano, 1889-1930), Sam Dolgoff (ruso-americano, 1902-1990), Emma Goldman (lituana, 1869-1940), Enrique Roig de San Martín (cubano, 1843-1889), Constantinos Speras (griego, 1893-1943), Monty Myler (australiano, 1839-1920), Lucy Parsons (estadounidense, 1853-1942) y muchos otros, incluso recientes, que tuvieron y/o tienen importancia en el ámbito del pensamiento y/o la acción anarquista.

Otro ejemplo es que, según el planteamiento de Black Flag, si se quiere considerar significativo lo ocurrido en Europa Occidental y Estados Unidos, también es necesario observar los episodios que tuvieron lugar en otras localidades. El libro propone que, además de episodios como la Revolución Rusa (1917-1921) y la Revolución Española (1936-1939), se incluyan muchos otros como parte considerable del anarquismo en acción.

Un punto de partida para la enumeración de estos episodios con sus respectivas referencias bibliográficas puede encontrarse en el libro en línea Surgimiento y breve perspectiva histórica del anarquismo, 1868-2012 (Corrêa, 2013), producido como apoyo a Bandera Negra. Un balance de estos episodios en los que hubo una importante presencia e influencia de los anarquistas nos permite afirmar que la extensión y el impacto del anarquismo son amplios y van desde 1868 hasta la actualidad en los cinco continentes, entre flujos y reflujos; también nos permite sostener que el anarquismo movilizó a trabajadores de todo tipo: sobre todo al proletariado de las ciudades, pero también a los proletarios rurales, a los campesinos y a los llamados "lumpen-proletariado" por la tradición marxista.

Los anarquistas desarrollaron y reforzaron diferentes iniciativas y herramientas de movilización y lucha: sindicalismo con intención revolucionaria (sindicalismo revolucionario y anarcosindicalismo), organizaciones políticas y grupos de afinidad, insurrecciones urbanas y rurales, ocupaciones y tomas de empresas y regiones, consejos obreros, cooperativas de producción y consumo, escuelas, libros, periódicos, panfletos de propaganda, ataques a las autoridades, manifestaciones callejeras, etc.

Como complemento a los episodios de anarquismo en acción antes mencionados, es posible mencionar, en una lista que no es ni definitiva ni exhaustiva, una amplia gama de acontecimientos, en los que los anarquistas tuvieron una participación más o menos determinante.

La Asociación Internacional de Trabajadores (especialmente entre 1868 y 1877), la Comuna de Lyon (Francia, 1870), la Comuna de París (Francia, 1871), las Revueltas Cantonalistas (España, 1873), la Insurrección de Bolonia (Italia, 1874), la Insurrección de Benevento (Italia, 1877). Participación en la Confédération Générale du Travail (Francia, 1895-1914) y en la Industrial Workers of the World (Estados Unidos, a partir de 1905), en la Revuelta de Macedonia (Macedonia, 1903), en la Revolución Mexicana (México, sobre todo en 1911), en la Revolución Ucraniana (1919-1921), en coordinaciones que implican a muchos países, como la Federación Anarquista de Asia Oriental (fundada en 1928), la Asociación Continental de Trabajadores Americanos (fundada en 1929) y la Comisión Continental de Relaciones Anarquistas (fundada en 1948) -, la Revolución en Manchuria (Corea, 1929-1932), la militancia de la Federación Búlgara de Anarco-Comunistas (Bulgaria, entre los años 20 y 40). Las articulaciones internacionales de la Internacional Sindicalista (AIT-AIT), fortalecida en los años 50, y la Internacional de Federaciones Anarquistas (IFA), fundada en 1968; la Revolución Cubana (Cuba, 1959), la militancia de la Federación Anarquista Uruguaya (Uruguay, especialmente entre 1963 y 1973), el Mayo Francés de 1968 (Francia, 1968). Después, hubo y ha habido episodios importantes con presencia e influencia anarquista. Un ejemplo, que puede complementarse con otros, es el movimiento de resistencia global ("antiglobalización") en general, y la Acción Mundial de los Pueblos, fundada en 1998, en particular.

Grandes debates entre anarquistas

Sin embargo, afirmar la unidad de los anarquistas en torno a ciertos principios no implica decir que no haya habido (y siga habiendo) divergencias significativas entre ellos sobre diversas cuestiones. Bandera Negra, en su análisis de las diferencias más relevantes que aparecen entre los anarquistas -y por relevantes entiende aquellas diferencias que tienen permanencia histórica y son realmente significativas- presenta lo siguiente.

En función de la mencionada apertura y pluralidad para la comprensión de la realidad, no hay que buscar estos debates más importantes del anarquismo en el campo del método de análisis, de la teoría social, de la filosofía, etc. - donde es cierto que hay grandes diferencias y muchas controversias importantes, pero ese no es el campo que define al anarquismo -que está hecho por el mencionado trípode-. En relación con la crítica anarquista de la dominación, no hay debates relevantes; las posiciones son, en general, bastante similares. Hay cuatro debates relativos a la defensa anarquista de la autogestión y otros tres relativos a la estrategia anarquista fundamental que se presentarán a continuación. Es importante señalar que, a pesar de las polarizaciones, en muchos casos hay posiciones intermedias y conciliadoras.

En cuanto al funcionamiento de la sociedad futura, hubo un debate económico que contrapuso la defensa de un mercado autogestionado -como en el caso de Abraham Guillén (1990; 2004), que argumentó que el mercado no es necesariamente capitalista, sino un entorno de circulación y distribución, un espacio en el que hay información sobre la oferta y la demanda, y que la planificación no sería posible debido a la complejidad de las sociedades modernas- con la defensa de la planificación democrática -como en el caso de Alexandre Berkman (2003, p. 217) y Kôtoku Shûsui (2012, p. 2), que apoyaron la necesidad de una planificación llevada a cabo por productores y consumidores, y de un consumo sin el uso de dinero.

Siguiendo con este eje, hubo otro debate que, en el ámbito de la distribución de los productos del trabajo, contrapuso la defensa del colectivismo -como en el caso de M. Bakunin (2009, p. 85), que defendía que la remuneración debía darse en función del trabajo realizado (lógicamente habría un equivalente general, salarios y una estructura de poder autoorganizada que controlaría este proceso)- con la defensa del comunismo -como en los casos de Shifu (2005, p. 349), Carlo Cafieri (2009, p. 349) y Carlo Cafieri (2009, p. 349)-. 349), Carlo Cafiero (2011) y P. Kropotkin (1975, pp. 46, 51), que defendían el pago en función de las necesidades (lógicamente, no habría dinero, salarios, etc.). Hay que decir que anarquistas como James Guillaume (1998), E. Malatesta (2007, pp. 100-103) y Neno Vasco (1984, pp. 191-205) mantuvieron posiciones intermedias, afirmando que, según la época o el producto en cuestión, sería posible variar entre el colectivismo y el comunismo, u optar por la coexistencia.

Hubo un tercer debate que contrapuso, en el ámbito de la toma de decisiones políticas, la defensa de que la política debía realizarse exclusivamente en lo local y en el hogar -como en el caso de Murray Bookchin (1992; 1999, pp. 33-34), que abogaba por las articulaciones de las comunidades y los municipios, que serían lugares favorables para la democracia directa, y minimizarían las amenazas del economicismo y el corporativismo- con la defensa de que la política debía realizarse exclusivamente en el lugar de trabajo -como en los casos de R. Rocker (1978, pp. 96, 102) y Diego Abad de Santillán (1980, p. 87), que defendían que los sindicatos debían ser los responsables de la reorganización social y de las decisiones de la sociedad, ya que serían los espacios privilegiados de encuentro de los trabajadores. Otros anarquistas, como L. van der Walt (2014), defendieron las articulaciones mixtas, vinculando políticamente el lugar de vida y el lugar de trabajo.

Un cuarto debate se refería a la cuestión de los límites y las posibilidades de la cultura en una sociedad futura y contrarrestaba la defensa de que la cultura es secundaria -como en los casos de Bakunin (2001a/b; Bakunin, 2003, pp. 93-94) y la Federazione dei Comunisti Anarchici, FdCA (2005, pp. 33-34), que sostenían que la cultura y todo lo que conlleva: ética, valores, propaganda, comunicación, ocio, etc. está muy limitada por elementos políticos y, sobre todo, económicos -hasta la defensa de que la cultura es totalmente central-, como en los casos de Wu Zhihui (2005, pp. 347-348) y E. Reclus (2002), quien sostuvo que la cultura desempeña un papel determinante en el desarrollo de la autogestión económica y política. Los defensores de la primera posición solían dar prioridad a la militancia en sindicatos y/o cooperativas y los de la segunda a la educación y la propaganda. También hubo innumerables posiciones intermedias, con muchos militantes que intentaron conciliar ambas posiciones e iniciativas.

En un balance general, se pueden decir algunas palabras. El debate sobre el mercado frente a la planificación no tuvo una repercusión histórica y geográfica considerable y las posiciones que defendían el mercado fueron muy débiles. El debate colectivismo versus comunismo tuvo relevancia en Europa desde la década de 1870 hasta principios del siglo XX, pero luego el comunismo se convirtió en una posición completamente hegemónica, en gran medida por la influencia de P. Kropotkin, y las posiciones intermedias también se fortalecieron, considerando éste un problema secundario. El debate sobre la política y las decisiones por el lugar de residencia frente al lugar de trabajo no supuso grandes polarizaciones, ya que los estrictos defensores de la política comunitaria/municipalista fueron completamente marginales y hubo una posición mayoritariamente conciliadora, al menos en la práctica, de articulación entre sindicatos y barrios, centros de trabajo y viviendas. El debate sobre la cultura secundaria frente a la central tendía a centrarse en posiciones intermedias, que le atribuían un papel relevante, pero sin radicalidad hacia el economicismo o el culturalismo extremos. En consecuencia, Bandera Negra sostiene que estos cuatro debates sobre la defensa de la autogestión pueden considerarse relevantes, pero no para marcar las divergencias permanentes en términos históricos y geográficos entre los anarquistas.

En cuanto a las vías de cambio, se produjo un debate que contrapuso las posiciones a favor de la organización -como en los casos de José Oiticica (2009) y L. Parsons (2004, p. 131), que defendían la necesidad de la organización de los anarquistas a nivel social, de masas, y/o a nivel político-ideológico, específicamente anarquista- a las posiciones en contra -como en los casos de Alfredo Bonanno (2012a, pp. 9, 19; 2012b, p. 45) y Luigi Galleani (2011, pp. 2, 3-6), quienes sostenían que la organización formal en movimientos de masas u organizaciones estructuradas ofrecía riesgos de burocratización y recomendaban actuar individualmente o en pequeños grupos o redes informales.

Entre los partidarios de la organización, o los organizacionistas, también hubo considerables divergencias, entre las que cabe destacar tres. Una, que contraponía la defensa del sindicalismo exclusivo o del comunalismo -como en los casos de Pierre Monatte (1998, pp. 206-207), que defendía la necesidad de organización de los anarquistas sólo a nivel social, de masas, y que las organizaciones anarquistas serían algo redundante, ya que los movimientos populares serían plenamente capaces de promover la estrategia anarquista- a la defensa del dualismo organizativo -como en el caso de E. Malatesta (1998, p. 208; 2000, p. 56) y Amedée Dunois (2010), quienes argumentaron que, además de las organizaciones sociales masivas, serían necesarias organizaciones anarquistas específicas para promover sus posiciones de manera más efectiva entre los trabajadores.

Otro, entre los que reflexionan sobre las organizaciones sociales de masas, que se oponen a los sindicalistas revolucionarios -como la Industrial Workers of the World (IWW) y la Confédération Générale du Travail (CGT)-, que no tenían ninguna vinculación programática y explícita con el anarquismo - a los anarcosindicalistas - como la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que estaban vinculadas, la primera desde 1905 y la segunda desde 1919, en esos términos, al anarquismo (o "comunismo libertario") como doctrina oficial promovida programáticamente y explícitamente entre sus miembros.

Y, finalmente, una última diferencia sobre las organizaciones específicamente anarquistas, que se contraponen a los defensores de una organización programática -como en el caso de Juan Carlos Mechoso y la Federación Anarquista Uruguaya (Mechoso, 2012) e Ida Mett y la "Plataforma Organizativa para una Unión General de Anarquistas" (Dielo Truda, 2001, pp. 57-59), que defendía un modelo de organización fuerte, con amplia afinidad entre los miembros y centrado en la defensa de las luchas de masas; Estas organizaciones autoorganizadas trabajarían con una organicidad bien definida, correspondencia de derechos y deberes, autodisciplina, responsabilidad y unidad en los campos de pensamiento y acción, buscando el consenso pero optando por la votación por mayoría en caso de desacuerdo -para los defensores de una organización flexible- como Volin (2011) y Sébastien Faure (2009), que partía de la posición de poner fin a los conflictos entre anarquistas y sostenía la necesidad de un modelo de organización también federalista, pero con una organicidad limitada, la posibilidad de participación de todos los anarquistas, un alto nivel de autonomía de los individuos y grupos, sin unidad de acción (sin obligación de adherirse a las posiciones mayoritarias en caso de divergencia) y aceptando una amplia diversidad en términos teóricos, ideológicos y estratégicos/prácticos.

Un segundo debate relativo a las vías de cambio se opuso a la defensa de las reformas como vía posible para llegar a la revolución ("posibilismo") -como en el caso de Osugi Sakae (2011), Ba Jin (2008) y Sam Dolgoff (2005, pp. 34-38), que sostenía que las luchas por conquistas inmediatas podían permitir la realización de una especie de gimnasia revolucionaria y que las reformas, más allá de que, al ser conquistadas, harían menos dura la vida de los trabajadores y mejorarían las condiciones de movilización, tendrían también una capacidad pedagógica que fortalecería a los trabajadores para un proyecto revolucionario -hasta la defensa de que las reformas deberían ser rechazadas en general ("imposibilismo")-, como en el caso de Alessandro Cerchiai (apud Romani, 2002, p. 175), L. Galleani (2011, p. 7) y Emile Henry (1998, p. 180), quienes sostenían que las reformas generalmente refuerzan (y no debilitan o destruyen) el sistema y, por tanto, las huelgas reivindicativas no son útiles para un proyecto revolucionario; las eventuales conquistas contra la patronal son utilizadas por ésta en el encarecimiento de los productos que los propios trabajadores consumen y las conquistas contra el Estado sólo lo harían más fuerte y continuarían su proceso de dominación.

Siempre en este eje, hubo otro debate que contrapuso la defensa de la violencia revolucionaria como elemento concomitante y derivado de los movimientos de masas -como en los casos de Nestor Makhno (1996, p. 86) y Pierre Besnard (1931, pp. 212-215), que recomendaba que la violencia, indispensable para la transformación revolucionaria, se utilizara para fortalecer los movimientos populares en la lucha de clases y no simplemente como detonante para la creación de estos movimientos o como medio exclusivo de propaganda -a la defensa de la violencia como elemento detonante y movilizador- como en los casos de Severino di Giovanni (apud Bayer, 2006, p. 83) y Ravachol (1981, p. 36) que, más allá de la cuestión de la venganza popular, concebía la violencia como un elemento de propaganda capaz de implicar a los trabajadores en procesos de lucha más radicalizados.

En resumen, se pueden decir algunas palabras. Estos tres grandes debates -organizacionismo frente a antiorganizacionismo, posibilismo frente a imposibilismo, violencia simultánea/derivada frente a violencia como desencadenante- son, en Bandera Negra, destacados como los que tienen mayor relevancia, es decir, los que más dividieron y siguen dividiendo a los anarquistas de todo el mundo. Es precisamente sobre ellos que el libro propone una redefinición de las corrientes anarquistas.

Corrientes anarquistas

Discutir las corrientes anarquistas implica, como en el caso de la definición de anarquismo, repensar completamente el tema. Los estudios de referencia sobre el anarquismo y otros presentan un enorme conjunto de "corrientes anarquistas"; por mucho que se hable de anarcoindividualismo, anarcosindicalismo y anarcocomunismo, se mencionan varias más: anarquismo pacifista, anarquismo cultural, anarco-colectivismo, mutualismo, anarquismo terrorista, anarquismo social, anarquismo sin adjetivos, anarquismo campesino, anarquismo verde, anarcofeminismo, anarquismo reformista, utilitarista, conspirativo, de estilo de vida, etc. La lista es inmensa...

Los problemas en torno a estas definiciones son varios. Además de las corrientes que abrazan a un solo "gran sabio" ("anarcopacifismo", para Tolstoi, por ejemplo), existen, como en este mismo caso del "anarcopacifismo", problemas de comprensión de la propia definición de anarquismo: el pacifismo (oposición a la violencia en todos los casos), el reformismo (reformas entendidas como un fin en sí mismas) y el individualismo (búsqueda de la emancipación individual sin un proyecto colectivo de liberación) ni siquiera forman parte de los principios históricos anarquistas. La solución a este problema se dio antes, con la redefinición relativamente precisa del anarquismo.

También hay problemas en cuanto a los criterios elegidos para establecer las corrientes, ya que no se pueden comparar gracias al solapamiento. Hay criterios relativos a la distribución de los frutos del trabajo en la sociedad futura -comunismo y colectivismo-; hay criterios relativos a las estrategias de lucha y a los aspectos estratégicos de la misma -intervenciones individuales, colectivas, sindicales, comunitarias o cooperativas; violentas o pacíficas; económicas, políticas o culturales; posiciones sobre las reformas, modelo de organización anarquista, clases/sujetos capaces de impulsar el proceso de cambio-; y hay criterios relativos a los elementos político-filosóficos -posiciones sobre el espiritualismo y la religión, la concepción de la libertad individual y las luchas ecológicas y de género-.

En la frecuente distinción entre anarcocomunismo y anarcosindicalismo, por ejemplo, el comunismo se refiere a la distribución de los productos del trabajo y el sindicalismo en general a una estrategia. Makhno y N. Vasco, que defendían la organización de consejos y sindicatos como medios y el comunismo como fin, tienen diferencias muy claras con L. Galleani y Oreste Ristori, antiorganizacionistas en cuanto a la forma de lucha pero también comunistas en su perspectiva de futuro. ¿Serán todos anarco-comunistas? ¿Sería N. Vasco a la vez anarco-comunista y anarcosindicalista? Este problema incluye varios ejemplos.

Como solución a este dilema, es necesario volver no sólo a la redefinición del anarquismo, sino a la discusión de los grandes debates entre anarquistas y su relevancia histórica y geográfica. Tal y como se ha argumentado, hay tres cuestiones que sustentan los debates más importantes: la organización, las reformas y la violencia. Y más que eso. Se puede observar, en términos globales desde la década de 1860 hasta la actualidad, que ha habido muchas circunstancias en las que las posiciones sobre estas cuestiones han convergido. Era habitual que los organizadores defendieran posiciones posibilistas y la necesidad de una violencia simultánea/derivada; también era habitual que los antiorganizadores defendieran posiciones antiposibilistas y la violencia como desencadenante.

En consecuencia, Bandera Negra sostiene que estos dos conjuntos constituidos por las posiciones históricas sobre las tres cuestiones mencionadas forman la base de la redefinición de las corrientes anarquistas. El primer conjunto (organizacionismo + posibilismo + violencia simultánea/derivada) constituye el anarquismo de masas, históricamente la corriente mayoritaria en el anarquismo. El segundo conjunto (antiorganizacionismo + imposibilismo + violencia como desencadenante) constituye el anarquismo insurreccionalista, históricamente minoritario, pero todavía bastante considerable. Conocidos anarquistas como L. Parsons, M. Bakunin, N. Vasco, Thibedi, J. Oiticica, Ba Jin entre muchos otros serían representantes del anarquismo de masas; di Giovanni, E. Henry, Ravachol, L. Galleani, Clément Duval, Bartolomeu Vanzetti y muchos otros serían representantes del anarquismo insurreccional. P. Kropotkin y E. Malatesta, según el momento de su vida, pertenecían a una u otra corriente.

Sin embargo, es esencial subrayar que esta asociación, que constituye la base de las corrientes (organizacionismo + posibilismo + violencia simultánea/derivada y antiorganizacionismo + imposibilismo + violencia como desencadenante) no fue constante. Analizando contextos particulares, los debates mencionados pueden aparecer o no, estar relacionados entre sí o no. Parece claro que tal redefinición no abarca todos los contextos y no debe utilizarse como "camisa de fuerza" para forzar el encaje de la historia concreta y real. Pero al mismo tiempo, estos debates y esta redefinición de corrientes pueden funcionar como hipótesis y ofrecer elementos para los análisis de contextos particulares.

En el caso del anarquismo en la Primera República brasileña (1889-1930), por ejemplo, tomando este modelo como hipótesis, se comprueba, a partir de la producción historiográfica de A. Samis (2004), que no hay una adecuación completa al mismo. Pero los debates expuestos permiten identificar las diferencias más consistentes entre esos anarquistas, que giraban en torno a la cuestión de la organización. Organizacionistas y antiorganizacionistas formaban las principales corrientes en ese contexto; entre los organizacionistas, hubo otro debate relevante, que oponía a los sindicalistas revolucionarios (inspirados en la CGT francesa) con los anarcosindicalistas (inspirados en la FORA argentina).

Consideraciones finales

En resumen, las aportaciones de Black Flag permiten reforzar tres tesis que se han enunciado a lo largo de este artículo.

En primer lugar, que los estudios de referencia sobre el anarquismo tienen importantes problemas de orden teórico y metodológico, que implican: la base de datos (históricos y geográficos) con la que trabajan, la manera de situar el anarquismo en la historia y la forma de leer la historia; las definiciones de anarquismo elaboradas y adoptadas; las conclusiones extraídas de sus análisis. Estos problemas dificultan las investigaciones y no permiten elaborar adecuadamente definiciones del anarquismo, de sus debates, de sus corrientes y de su trayectoria histórica.

En segundo lugar, que un enfoque basado en un método histórico y en un amplio conjunto de datos, que interactúa con las nociones de totalidad e interdependencia, permite resolver los problemas de los estudios de referencia y realizar una investigación adecuada del anarquismo.

En tercer lugar, que entre los elementos fundamentales que pueden afirmarse en relación con el anarquismo están: su definición como una ideología coherente, un tipo de socialismo revolucionario, que puede describirse mediante un conjunto preciso de principios; la elaboración racional de críticas, proposiciones y estrategias fundamentales, sobre las que se establecen sus dos corrientes: el anarquismo insurreccionalista y el anarquismo de masas; su amplia repercusión popular entre los obreros y los campesinos, en las ciudades y en el campo; su trayectoria histórica permanente y global, desde su aparición en la segunda mitad del siglo XIX hasta la actualidad.

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