El ladrón de los dos - Albert Libertad

Cada día, cada hora, no hay descanso ni tregua; la batalla por la vida. Una batalla horrible si las hay, en la que se acumulan los cadáveres y hay millones de heridos. La batalla de la Vida por la Vida. Lucha contra los elementos, lucha contra uno mismo. Lucha contra otros humanos. Batalla de los que llegan contra los que están. La batalla de los que tienen contra los que no tienen. Batalla del futuro contra el pasado, de la ciencia contra la ignorancia.

En este momento, en Amiens, parece que está tomando una forma más dura que la hace más sensible a todos.

Dos grupos de individuos están enfrentados. Uno parece tener la victoria. Ya no lucha, juzga. Ha designado a delegados que visten de uniforme y se llaman a sí mismos con nombres especiales, gendarmes, jueces, soldados, fiscales, jurados. Pero nadie se equivoca; todos reconocen a los socios habituales de la lucha social: ladrones, falsificadores, asesinos, según las circunstancias.

Los miembros de la otra banda se sitúan firmemente frente a ellos. Están ahí, en persona. No han enviado ningún delegado. Puedes sentir que están atados pero no derrotados. Y cuando mueven la cabeza, los delegados y los espectadores se alejan.

Las personas del primer grupo llaman a su operación justicia y dicen que persiguen el delito. Vemos que no es el remordimiento lo que trae a sus enemigos, sino las esposas. Y comienza el debate. Se trata de dos bandas terribles y su organización es (aterradora). Uno piensa en todo el ingenio que se pierde en las sutilezas y trucos de estos luchadores. Qué mejoras en la suerte de todos y cada uno habrían resultado de sus esfuerzos combinados. Qué paso adelante podría haber dado la ciencia con todos esos cerebros ocupados en amañar para vivir.

Esta impresión nos llega cuando pensamos en esas cabezas fuertes y enérgicas de los derrotados del momento. Los otros, los delegados, confundidos en su felicidad y temblando de miedo, tienen caras mediocres. Ellos y sus representados han elegido la violencia y el robo, el engaño y la mentira; son comerciantes, soldados, gendarmes, jueces, sacerdotes por gusto y por vocación. Son las personas que detienen la marcha de la ciencia y la belleza para continuar el reinado de la ignorancia y la fealdad. Para ellos la pereza es una cualidad y es para no mover los brazos y por el culto sagrado a su vientre que matan, roban, violan y engañan. Las personas de la otra banda, ladrones sin hipocresía, ladrones sin pereza, no han elegido voluntariamente su forma de vida. Forbans, corsarios, querían restablecer las costas mal cortadas. ¡Y con qué espíritu lo hicieron! No es el acto del policía que roba en una esquina al hombre al que un vaso de vino ha embriagado después de una semana de abstinencia, del alguacil que roba el último par de sábanas al labrador, del oficial que cotillea las raciones de los vientres hambrientos, de los grandes duques que roban las vendas de los heridos, de los administradores del Congo que inventan caldos negros. No es sobre los más débiles, sobre los más pobres que ellos, que extienden sus manos, es sobre los poderosos y los ricos. Podemos mirar. No se olvidan en las casas de los pobres, por una razón práctica quizás, pero también porque no sólo querían vivir; también querían demoler.

La gente de la Pequeña Banda es anarquista. No son ladrones porque son anarquistas. Tampoco son anarquistas porque son ladrones. Son ambos, podrían ser ambos.

Robar, hurtar, no es un acto a favor de la anarquía, ni en contra de la anarquía. Es un acto personal para vivir, tan repugnante e inútil como el de un cortador de cartón, un pintor de carteles, un agente de bolsa, un contable, un armero, un fabricante de cajas fuertes, etc. Así que no es porque sean ladrones que la gente de la banda de Abbeville me interesa, sino porque son anarquistas.

Estoy en contra de la gran pandilla, de la sociedad honesta, porque quiere vivir de manera inveterada en la pereza y la inutilidad; porque continúa voluntariamente el despilfarro de las fuerzas humanas y de los productos de la tierra; porque sigue haciendo morir de hambre, de tuberculosis, a miles de hombres, mujeres y niños, por el disfrute especial de los neuróticos y los enfermos, y la tortura parece darles placer. Perezosos o inútiles, son jueces, pacificadores, mercaderes, controladores, administradores, y nunca de sus diez dedos ha salido ningún trabajo útil. No han hecho el pan que comen, ni los castillos en los que viven, ni la ropa que llevan, ni los coches que conducen. Lo que viven, lo han robado

Estoy a favor de los de la pequeña banda, la banda de ladrones de Abbeville, porque siento que estos hombres están dispuestos a realizar actos regulares cuando se les da la oportunidad. No son ladrones por pereza, por elección, sino por obligación. No querían morir de hambre. Podrían haberse convertido en corredores de bolsa, comerciantes y robar tranquilamente; en policías, guardias y noquear suavemente, en oficiales o industriales y matar sin riesgo. Pero no querían apoyar a la sociedad actual. Se unieron para ganarse la vida con el robo, con la esperanza, quizá equivocada, de que eso traería consigo un trastorno para su sistema.

En otra sociedad, Jacob y sus amigos podrían tener un empleo útil. Su destreza, sus conocimientos, su fuerza y su valor no se ponen en duda. Sus manos saben trabajar, y con qué ardor, estoy convencido, trabajarían útilmente, ganando su pan y el de los débiles que los rodean. En cualquier sociedad bien organizada, Jacobs puede vivir; su habilidad encontrará un empleo útil.

Pero me pregunto qué hacer con los Wehekinds y los Regnaults, los Macques y todos aquellos de la casta cuyas manos nunca han hecho otro gesto que el del plato en la boca y cuyos cerebros se han masturbado en busca de decretos, leyes y mentiras para arreglar su sociedad en desintegración.

Así que qué hacer con ellos, qué hacer con ellos, a no ser que se utilicen como espantapájaros para los gorriones en el campo.

En la sociedad actual son otra cosa, por la estupidez de los que producen, pero que no se den esos aires de grandeza; demuestra que sólo pueden ser, en la gran asociación de ladrones de la que forman parte, ovejas al acecho de los moribundos y los locos.

Traducido por Jorge Joya

Original: fr.theanarchistlibrary.org/library/albert-libertad-le-plus-voleur-des-