Shawn Wilbur ha publicado recientemente una traducción del libro de Jean Grave de 1889, Society on the Morrow of the Revolution. La traducción apareció por primera vez en el periódico anarquista inglés Freedom, en forma de serie a principios de 1890. Se decía que estaba traducido "del francés de JEHAN LE VAGRE" [John Vague - suena como el miembro de una banda punk]. La primera vez que vi una referencia a esta traducción fue en el libro de Rob Knowles, Political Economy from Below: Economic Thought in Communitarian Anarchism, 1840-1914 (Routledge: Londres, 2004), un estudio de la teoría económica anarquista. Grave fue incluido como exponente del comunismo anarquista. Aquí reproduzco el capítulo introductorio del libro de Grave. Lo que me parece digno de mención es el grado de desarrollo de la teoría del comunismo anarquista desde su primera articulación a finales de la década de 1870 por parte de los miembros de la Internacional antiautoritaria (gente como Elisée Reclus, Carlo Cafiero, Errico Malatesta y Peter Kropotkin), y el consenso general que había surgido entre la mayoría de los comunistas anarquistas sobre una serie de cuestiones. La primera y más importante es la cuestión de la organización que Grave destaca en sus comentarios introductorios. Grave no se oponía a la organización, sino a la organización autoritaria y jerárquica y a toda forma de representación, una posición muy similar a la de Malatesta y Kropotkin. Grave también enfatizaba, como ellos, la necesidad de que los medios fueran coherentes con los fines, y que para ellos el comunismo sólo podía ser un comunismo libertario, libremente aceptado, no impuesto por ningún grupo a la sociedad. Incluí extensas selecciones de comunistas anarquistas en los tres volúmenes de Anarquismo: Una historia documental de las ideas libertarias. El volumen uno se centró en los creadores de la doctrina, desde Joseph Déjacque hasta los anarquistas de la Internacional, y sus sucesores inmediatos -gente como Jean Grave y Charlotte Wilson- y los comunistas anarquistas de América Latina y Asia.
Jean Grave
LA SOCIEDAD AL DÍA SIGUIENTE DE LA REVOLUCIÓN
I-AUTORIDAD Y ORGANIZACIÓN
Algunos anarquistas se dejan llevar a confundir estas dos cosas tan diferentes. En su odio a la autoridad, repelen toda organización, sabiendo que los autoritarios disfrazan bajo este nombre el sistema de opresión que desean constituir. Otros, evitando caer en este error, se van al otro extremo de ensalzar una forma de organización totalmente autoritaria, que califican de anarquista. Sin embargo, hay una diferencia fundamental que hay que aclarar.
Lo que los autoritarios han bautizado con el nombre de "organización" es, evidentemente, una jerarquía completa, que hace leyes, que actúa en lugar de todos y por todos, o que hace actuar a la masa, en nombre de una especie de representación. Mientras que lo que entendemos por organización es el acuerdo que se forma, debido a sus intereses comunes, entre individuos agrupados para una determinada obra. Tales son las relaciones mutuas que resultan del trato diario que los miembros de una sociedad están obligados a mantener entre sí. Pero esta organización nuestra no tiene ni leyes, ni estatutos, ni reglamentos, a los que cada individuo está obligado a someterse, bajo pena de castigo. Esta organización no tiene ningún comité que la represente; los individuos no están unidos a ella por la fuerza, siguen siendo libres en su autonomía, libres de abandonar esta organización, por iniciativa propia, cuando desean sustituirla por otra.
Estamos lejos de tener la pretenciosa idea de dibujar un cuadro de lo que será la sociedad en el futuro, lejos de tener la presunción de querer construir un plan completo de organización y presentarlo como un principio. Sólo queremos esbozar los rasgos principales y las líneas generales que deben iluminar nuestra propaganda, responder a las objeciones que se han hecho a la idea anarquista, y demostrar que una sociedad es muy capaz de organizarse sin poder ni delegación si se basa verdaderamente en la justicia y la igualdad social.
Sí, creemos que hay que dejar a todos los individuos la libertad de buscar y agruparse según sus tendencias y sus afinidades. Pretender establecer un método único de organización por el que todo el mundo tendrá que ser controlado, y que se establecerá inmediatamente después de la Revolución, es utópico, teniendo en cuenta la diversidad de los temperamentos y caracteres de los individuos; y querer preparar ya un marco, más o menos estrecho, en el que la sociedad estará llamada a moverse, sería jugar el papel de doctrinarios y conservadores, ya que nada nos asegura que el ideal que hoy nos fascina responderá mañana a nuestras necesidades, y sobre todo a las necesidades [de] toda la sociedad.
La impotencia [y] la esterilidad, con la que las escuelas socialistas se han visto afectadas hasta el momento, se debe precisamente a que en la sociedad que querían establecer todo estaba previsto y regulado de antemano, nada se dejaba a la iniciativa de los individuos; en consecuencia, lo que respondía a las aspiraciones de unos era objetable para los otros, y de ahí la imposibilidad de crear algo duradero.
Hay que refutar aquí la afirmación de los reaccionarios, que pretenden que si la Anarquía triunfara sería un retorno al estado salvaje y la muerte de toda sociedad. Nada es más falso. Reconocemos que es la asociación la única que puede permitir al hombre emplear la maquinaria que la ciencia y la industria ponen a su servicio; reconocemos que es asociando sus esfuerzos como los individuos conseguirán aumentar su comodidad y su libertad. Somos, pues, partidarios de la asociación, pero, lo repetimos, porque la consideramos como un medio para el bienestar del individuo, y no bajo la forma abstracta en que se nos presenta aún ahora, que hace de ella una especie de divinidad por la que se aniquila a quienes deberían componerla.
Entonces, si no queremos caer en los mismos errores y encontrar los mismos obstáculos, debemos guardarnos de creer que todos los hombres tienen el mismo molde, y reconocer que lo que puede concordar muy bien con la disposición de un individuo puede concordar muy indiferentemente con los sentimientos de todos. Esto, puede decirse de paso, se aplica por igual a la asociación en el período de la propaganda y a la sociedad futura. Si deseamos hacer una revolución que esté a la altura de nuestro ideal, para preparar esta revolución debemos organizarnos de inmediato según nuestros principios, acostumbrar a los individuos a actuar por sí mismos y tener cuidado de no introducir en nuestra organización las instituciones que atacamos en la sociedad existente, para no recaer en la misma condición que antes.
Los anarquistas deben ser más prácticos que aquellos contra los que luchan, deben aprender de los errores que se cometen, para evitarlos. Deberíamos apelar a todos los que desean destruir la sociedad actual y, en lugar de perder nuestro tiempo discutiendo la utilidad de tal o cual medio, agruparnos para la aplicación inmediata del medio que creamos mejor, sin preocuparnos por los que no están a favor de él; del mismo modo que los que están a favor de otro medio deberían agruparse para poner en práctica ese otro medio.
Al fin y al cabo, lo que todos deseamos es la destrucción de la sociedad actual; y es evidente que la experiencia nos guiará en la elección de los medios. Deberíamos hacer un trabajo práctico, en lugar de perder el tiempo en reuniones de comités, que son en su mayoría estériles, en las que cada uno desea hacer prevalecer su propia idea, que muy a menudo se disuelven sin que se decida nada, y que casi siempre dan lugar a la creación de tantas facciones disidentes como ideas se presentan, facciones que, habiéndose convertido en enemigas, pierden de vista al enemigo común, la sociedad de clase media, para guerrear entre sí.
Otra ventaja que resulta de esto es que los individuos que se habitúan a unirse al grupo que mejor concuerda con sus propias ideas, se acostumbrarán a pensar y a actuar por su propia cuenta, sin ninguna autoridad entre ellos, sin esa disciplina que consiste en destruir los esfuerzos de un grupo o de individuos aislados porque los otros no son de su opinión, Otra ventaja que resulta es que una revolución hecha sobre esta base no podría ser otra que anarquista, ya que los individuos que han aprendido a actuar sin ninguna compulsión no serían tan tontos como para establecer un poder al día siguiente de la victoria.
Para algunos socialistas el ideal es reunir a los trabajadores en un partido como el que existe en Alemania. Los jefes de este partido el día de la revolución serían llevados al poder, formarían así un nuevo gobierno que decretaría la apropiación de la maquinaria y de la propiedad, organizaría la producción, regularía el consumo y reprimiría -eso no hace falta decirlo- a los que no fueran de su opinión. Los anarquistas creemos que esto es un sueño.
Los decretos de toma de posesión después de la lucha serán ilusorios; no es por decretos que se llevará a cabo la apropiación del capital, sino por hechos en el momento de la lucha, por los propios trabajadores, que entrarán en posesión de las casas y talleres expulsando a los actuales poseedores, y llamando a los desheredados y diciéndoles: "Esto no pertenece a nadie individualmente; no es una propiedad que pueda pertenecer al rápido ocupante, y por él ser transmitida a sus descendientes. No, estas casas son el producto de las generaciones pasadas, la herencia de las generaciones presentes y futuras. Una vez desocupadas, están a la libre disposición de quienes las necesiten. Esta maquinaria se pone a la libre disposición de los productores que deseen utilizarla, pero no puede convertirse en propiedad individual".
Los individuos serán tanto más incapaces de apropiarse personalmente de ella, cuanto que no sabrán qué hacer con una maquinaria que no pueden utilizar por medio de esclavos asalariados. Nadie podrá apropiarse de nada que no pueda trabajar él mismo; y como la mayor parte de la maquinaria actual sólo puede ser trabajada por la asociación de fuerzas individuales, será por este medio que los individuos se pondrán de acuerdo. Una vez hecha la apropiación, no vemos la necesidad de que sea sancionada por ninguna autoridad.
No podemos prever las consecuencias de la lucha en la que estamos inmersos. En primer lugar, ¿sabemos cuánto durará [o] cuál será el resultado inmediato de un derrocamiento general de las instituciones existentes? Ciertamente, no lo sabemos.
Por lo tanto, no debemos perder el tiempo estableciendo en nuestra imaginación una sociedad cuyos engranajes estarán preparados de antemano, y que se construirá, por así decirlo, como una de esas cajas de juguetes, cuyas piezas están numeradas, y que, cuando se colocan juntas, comienzan a funcionar directamente [cuando] se le da cuerda al mecanismo. Todo lo que podamos hacer desde el punto de vista teórico de la Organización no será nunca más que sueños, más o menos complicados, que se revelarán invariablemente sin fundamento cuando se trate de ponerlos en práctica.
Ciertamente, no tenemos esta ridícula pretensión, pero debemos guardarnos también de ese otro error común a muchos revolucionarios, que dicen: Ocupémonos primero de destruir, y después veremos lo que debemos construir... Ciertamente no podemos decir lo que será la sociedad futura, pero debemos decir lo que no será, o al menos lo que debemos evitar que sea.
No podemos decir cuál será el modo de organización de los grupos productores y consumidores; sólo ellos pueden juzgarlo; además, los mismos métodos no son adecuados para todos. Pero podemos decir muy bien, por ejemplo, lo que haríamos personalmente si estuviéramos en una sociedad en la que todos los individuos tuvieran la posibilidad de actuar libremente, lo que debemos hacer ahora, de hecho, siendo la revolución sólo el complemento de la evolución. Podemos decir cómo podría evolucionar una sociedad sin la ayuda de esas famosas "comisiones de estadísticas", "notas de trabajo", etc., etc., con las que los colectivistas quieren gratificarnos; y creemos que es necesario decir esto porque está en la naturaleza de los individuos no querer comprometerse a seguir un determinado curso de acción sin saber a dónde les llevará, y además, como ya hemos dicho, es el fin que nosotros mismos nos proponemos alcanzar el que debe guiarnos en el empleo de los medios de propaganda.
Jean Grave