La escasez de espacio, la territorialidad y el carácter jerárquico que tienen los animales les lleva a picotearse entre sí para imponerse a los demás. Eso provoca graves heridas y la muerte de ejemplares sin contar la parte antihigiénica de la sangre mezclada con plumas y excrementos. Por esa causa, a principios del siglo XX se ideó una inaudita solución: poner antifaces a los pollos de manera que no pudieran ver y, consecuentemente, tampoco fueran capaces de atacar a sus congéneres.