En el año 1999, Boris Becker era un treintañero multimillonario, a punto de retirarse del tenis tras una breve y exitosa carrera, que protagonizaba los sueños húmedos de millones de mujeres y algún que otro señor. Al bueno de Becker -apodado “Bum-Bum” por la potencia con que golpeaba la pelota, pero no sólo por eso, como veremos- también le iba la marcha.
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