Hace unos años el mundo de Raynor Wynn se desmoronó. La traición de un amigo cercano, así como un laberinto judicial inescrutable, terminó con ella y su marido perdiendo la granja de Gales donde vivían y trabajaban. Casi al mismo tiempo a su esposo le diagnosticaron una grave enfermedad degenerativa. De la noche a la mañana eran personas sin hogar, sin fuente de ingresos y con unas perspectivas bastante jodidas sobre el futuro.
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