Con el estallido de la contienda casi la totalidad de la jerarquía eclesiástica se puso de parte de los militares rebeldes, en una clara confluencia de intereses, más allá de lo meramente religioso. Durante la posguerra, los curas redactaron informes, denunciaron y delataron a todo sospechoso de deslealtad al nuevo régimen, renunciando a la posibilidad de transformarse en un instrumento de reconciliación nacional.
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