Entendemos por “ritos de paso” aquellas ceremonias que evidencian ante la comunidad un cambio en la condición social del individuo. Durante la Edad de Bronce (y pervivencia en la de Hierro) los principales serían el nacimiento, la mayoría de edad y el funeral. A estos “ritos de paso” se asocian ciertas prácticas de carácter sacralizado como “cosecha del espíritu” y “salvaguarda de la madre” en el nacimiento, “rapto, robo y abigeato” y “bandas y fratrías” en la mayoría de edad, y “emplazamiento del espíritu“ y “lugares de tránsito” para el funeral. Soy consciente de encontrarme en terreno movedizo y sobre todo basto, de modo que me limitaré a desarrollar el rito de paso a la mayoría de edad dejando el del nacimiento y el del funeral para artículos posteriores.
MAYORÍA DE EDAD ― Prácticas del rapto, del robo y del abigeato
Entendemos el fenómeno del “rapto de las hembras" como una práctica sacralizada que hunde sus raíces en la Edad del Bronce y guarda prevalencia, aunque ya estereotipada, durante la Edad del Hierro, alcanzando en algunos casos hasta casi nuestros días; por demás de ser una eficaz y lúcida vacuna a la endogamia, que todo hay que decirlo.
El “rapto” junto al “robo” (armas, joyas…) y el “abigeato” (robo también, pero uno por el que el ganado salía más barato) fueron prácticas de obligado cumplimiento para todo mozo que entonces aspirara a superar su “rito de paso” a la edad adulta, ceremonia y festividad que se oficiaba con gran pompa cada año entre estos grupos tribales de gentes del Bronce y del Hierro. Dicho rito requería que el postulante acometiera las hazañas del rapto-robo-abigeato a fin de ser recibido y declarado como un “hombre de bien” por su comunidad. De manera que aquellos imberbes catequistas formaban su banda (vocablo actual cuyo origen se sitúa en aquel tiempo y raíz del teónimo hispano Bandue, deidad protectora de estas prácticas y patrona de bandas y fratrías) y abandonando (misma raíz, je, je) sus casas, su gente y su poblado salían gritando en comandita aquello de «¡a por ellas a por ellas, sean novillas o doncellas…!» Se ocupaban así de hostigar por un tiempo a las hembras, los ganados y los bienes de otros poblados de la zona; y estos, en su terca obstinación por impedirlo, siempre se cobraban a algún que otro practicante (ahí está la gracia, que la juerga hay que pagarla).
El asunto es que aquellos agraciados que volvían indemnes al poblado pasaban ya de facto a ser “hombres de derecho”, alcanzando algunos y conforme a su botín a serlo además “de provecho” y quedar allí en su pueblo como “gentes de posibles”. Todo eran ventajas, eran recibidos como adultos y de paso retornaban fuertes y adiestrados para en adelante proteger lo propio frente a cualesquiera banda de “quintos” forasteros que acudieran a robarles cada año. Porque acudían sin falta, ¿eh? Pero como allí en el pueblo los adultos ya se lo sabían, a la tarde se guardaban idolillos, brazaletes y collares en los entramados vegetales de los techos, encerraban sus ganados en sus propios dormitorios y animaban a sus mozas a mear rápido y cerca y a recogerse temprano. Aun así los postulantes forasteros siempre daban con algún julay despreocupado, cabra descuidada o hembra ansiosa por ver mundo, y de aquello ya cobraban expedita y buena prenda. Pero vean que así todo quedaba compensado, las gallinas que salían por las otras que allí entraban, aquello no era más que pura meritocracia en ejercicio, un remanso de fortuna y paraíso de oportunidades.
En fin, a lo que vamos: el asunto este del rapto, del hurto y del abigeato. Pues de aquel sustrato sacro y cultural del Bronce ya se alumbran, amaneciendo el Hierro, los mitos conocidos por nosotros sobre el “rapto” (Rapto de Europa, Helena, Hipodamia, Medea…) y sobre el “robo” y el “abigeato” (Gerión, el vellocino, Autólico, Caco…); dando paso por ejemplo el “rapto”, que es el que nos ocupa ahora, a algunas viejas fórmulas nupciales de las que nos informa el bueno de Plutarco (Licurgo 15, Cuestiones romanas 29, …); como aquella que consiste en no pasar la novia a su nueva casa sino en puras volandas y fingiendo mucha resistencia. Entre estas también aquel denominado entre los griegos “matrimonio de rapto”, e incluso aquí más cerca la venerable costumbre denominada “el rapto de la novia”, excentricidad vetusta que en nuestro sur-sureste ha llegado casi hasta el presente y consiste en llevarse el novio a la novia sacándola del pueblo y no volver hasta quedar ambos disfrutados. Así, pasados varios días, regresaban al pueblo los mozos campantes y dispuestos para celebrar ya en casa una simple boda. Tradiciones estas que rememoran con ternura la práctica sagrada de los raptos ancestrales. Para esta zona y como representación gráfica del “rapto” contamos, por ejemplo, con la que figura en los ases ibéricos de Cástulo: piezas de bronce cuyo reverso reproduce la imagen del “Rapto de Europa”.
También será Plutarco (Vidas paralelas, Mario–Sila) quien informe sobre aquellas otras patas de este mismo “rito de paso” a la mayoría de edad: el robo y el abigeato, aspectos que este autor considera costumbre propia y arraigada entre las gentes de Hispania: «… Por no haber dejado los íberos de tener al robo como hazaña saludable y digna de alabanza», dice el pavo. Incluso el Strabon (III, 4,5), griego este y muy civilizado, no se ahorrará tampoco de emitir dictamen sobre aquello nuestro: «… hábiles en luchar y sorprender al enemigo, viven sin embargo los iberos aplicados a sus correrías y depredaciones, aventurando permanentes golpes de mano para ello pero nunca acometiendo empresas de importancia, y es que no han sabido concertar sus fuerzas para así fundar alguna liga o confederación más poderosa [que los haga fuertes manteniéndolos unidos]», afirmaba aquel hombre tan sabio y viajado.
Sobre “concertar sus fuerzas para fundar una confederación o liga poderosa” no comento nada porque eso es cosa del pasado, ahora somos todos una piña inquebrantable y hablar de aquello ya no viene a cuento… ¿verdad? Pero permitidme una breve digresión, solo es un momento: pues veréis también que sobre aquella dulce práctica del rapto hoy nos conformamos con levantar la novia a algún vecino, y a su vez el venerable abigeato languidece a causa de no ser los ganados bienes de prestigio como antaño. Una lástima, pero así está la cosa. Sin embargo de lo otro… ¡Ay lo otro! De lo otro sí que conservamos muy lozana y reluciente nuestra célebre destreza para el "robo", sacro mandamiento que nos viene ya de lejos y guardamos en sagrario o campando muy vivito por esta piel de toro… Este sí lo obedecemos. Este es cosa nostra.
Si el rapto garantizaba al “nuevo adulto” su descendencia y el robo de armas y joyas su prestigio en vida y en el más allá, por su parte el abigeato revestía un carácter netamente económico y de subsistencia. Queda claro que el ganado es la fuente económica principal con que contaban aquellas sociedades (fijaos en los masai), pero a nuestros efectos aún es algo más: la protomoneda. Se considera a la piel de vaca (o de buey, de novillo, de toro… como queráis) el primer material “vehicular” de cambio, primero esas mismas pieles y ya después la imagen tipográfica de los primeros intercambios “monetales” ya metálicos: los denominados “lingotes chipriotas”, placas de cobre en forma de piel de buey extendida.
Y bien, esto es todo. En próximos artículos intentaré desarrollar, igualmente con rigor y en tono desenfadado, la génesis de las prácticas asociadas a los otros “ritos de paso”, nacimiento y funeral. En el primer caso remontaré a tiempos megalíticos (prácticas de culturas quasi-matriarcales relativas a los dólmenes) y en el segundo al denominado “Bronce Atlántico” y a su más que significativa ausencia de necrópolis.
Disfrutad de la vida.
"La estructura de las creencias es tan fuerte que permite que algunos tipos de violencia se justifiquen o ni siquiera sean considerados como violencia. Así, vemos que no se habla de asesinados sino de bajas, y que no se menciona la guerra sino la lucha por la libertad."
Noam Chomsky
Un beduino viajaba, montado en un camello cargado de trigo. En el camino
encontró a un hombre que le hizo mil preguntas sobre su país y sus bienes.
Después le preguntó en qué consistía la carga de su camello.
El beduino mostró los dos sacos que colgaban a una y otra parte de la silla
de su montura:
"Este saco está lleno de trigo y este otro de arena."
El hombre preguntó:
"¿Hay alguna razón para cargar así tu camello con arena?"
El beduino:
"No. Es únicamente para equilibrar la carga."
El hombre dijo entonces:
"Hubiese sido preferible repartir el trigo entre los dos sacos. De ese modo,
la carga de tu camello habría sido menos pesada.
¡Tienes razón! exclamó el beduino, eres un hombre con una gran agudeza
de pensamiento. ¿Cómo es que vas así a pie? Monta en mi camello y dime:
siendo tan inteligente ¿no eres un sultán o un visir
?-No soy ni visir ni sultán, dijo el hombre. ¿No has visto mi vestimenta?"
El beduino insistió:
"¿Qué clase de comercio practicas? ¿Dónde está tu almacén? ¿Y tu casa
?-No tengo ni almacén ni casa, replicó el hombre.
-¿Cuántas vacas y camellos posees
?-¡Ni uno solo!
-Entonces ¿cuánto dinero tienes? Porque gozas de una inteligencia tal que
podría, como la alquimia, transformar el cobre en oro.
-Por mi honor, ni siquiera tengo un trozo de pan que comer. Voy con los
pies descalzos, vestido de harapos, en busca de un poco de comida. Todo lo que
sé, toda mi sabiduría y mi conocimiento, ¡todo eso no me trae más que dolores
de cabeza!"
El beduino le dijo entonces:
"¡Márchate! ¡Aléjate de mí para que la maldición que te persigue no recaiga
sobre mí! Déjame irme por ese lado y toma tú la otra dirección. Más vale
equilibrar el trigo con arena que ser tan sabio y tan desventurado. Mi idiotez es
sagrada para mí. ¡En mi corazón y en mi alma está la alegría de la certeza!"
Cuento sufí
Los padres de los chicos ricos solían ser más patríoticos porque tenían más que perder si el país se hundía. Los padres de los pobres eran bastante menos patríoticos, y a menudo sólo lo profesaban porque los habían educado así o era lo que se esperaba de ellos.
"La senda del perdedor" [fragmento]
Charles Bukowski
Si algún día me ves triste no me digas nada, solo quiéreme.
Si me encuentras en la soledad de la oscura noche, no me preguntes nada.
Solo acompáñame.
Si me miras y no te miro no pienses nada, compréndeme.
Si lo que necesitas es amor no tengas miedo, ámame.
Pero si alguna vez dejaras de quererme no me digas nada.
Recuérdame.
"Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad"
“La pasión y el prejuicio gobiernan el mundo, pero bajo el nombre de la razón”.
Atribuida a John Wesley
“Las religiones son fundadas en el miedo de muchos y en la vivacidad de pocos”.
Stendhal
«Cuando nos quedamos solos, me dice: ‘Tu madre ha escrito, tu gato ha muerto’. Normalmente, la muerte de un gato no significa gran cosa para la mayoría, y mucho para bien pocos, pero para mí, tratándose de ese gato, y no miento, sinceramente fue como la muerte de mi hermano pequeño. Quería a Tyke con todo mi ser. Era mi niño, de pequeño se dormía en la palma de mi mano con la cabeza colgando, se pasaba horas ronroneando mientras le sujetaba así, andando o sentado. Era como un trozo de pelo blando alrededor de mi muñeca, bastaba con enrollarle alrededor de mi brazo y empezaba a ronronear y a ronronear, e incluso cuando creció seguía sujetándole así, podía sujetar a ese gato grande con ambas manos y alzarle por encima de mi cabeza y seguía ronroneando, confiaba totalmente en mí. Cuando dejé Nueva York por mi cabaña en el bosque, le besé con cuidado y le pedí que me esperara: ‘Attends pour mue kittingoo’ (N.T.: Espérame, gatito). Pero mi madre decía en la carta que murió LA NOCHE DESPUÉS DE IRME».
Big Sur - Jack Kerouac
“Del fanatismo a la barbarie hay un solo paso”.
Denis Diderot (1713 – 1784)
Lo ven, para vencer a un enemigo, no tienen que matarlo. Derroten la rabia que hay en él, y su enemigo no será más. La ira el verdadero enemigo es.
Maestro Yoda
EL CIELO Y EL INFIERNO En un reino lejano de Oriente se encontraban dos amigos que tenían la curiosidad y el deseo de saber sobre el Bien y el Mal. Un día se acercaron a la cabaña del sabio Lang para hacerle algunas preguntas. Una vez dentro le preguntaron: -Anciano díganos: ¿qué diferencia hay entre el cielo y el infierno?... El sabio contestó: -Veo una montaña de arroz recién cocinado, todavía sale humo. Alrededor hay muchos hombres y mujeres con mucha hambre. Los palos que utilizan para comer son más largos que sus brazos. Por eso cuando cogen el arroz no pueden hacerlo llegar a sus bocas. La ansiedad y la frustración cada vez van a más. Más tarde, el sabio proseguía: -Veo también otra montaña de arroz recién cocinado, todavía sale humo. Alrededor hay muchas personas alegres que sonríen con satisfacción. Sus palos son también más largos que sus brazos. Aun así, han decidido darse de comer unos a otros.
No está permitido que una mujer hable en la Iglesia, ni le está permitido enseñar, ni bautizar, ni ofrecer la eucaristía, ni reclamar para sí una participación en las funciones masculinas y mucho menos en el sacerdocio.
Tertuliano, padre de la iglesia.
“Pido pues a mi orgullo que siempre vaya del brazo con mi cordura. Y cuando me abandone mi cordura, pues le gusta alzar el vuelo, que mi orgullo vuele siquiera del brazo con mi locura”.
Friedrich Nietzsche
Men are afraid that women will laugh at them. Women are afraid that men will kill them.
Había una vez una isla muy linda y de naturaleza indescriptible, en la que vivían todos los sentimientos y valores del hombre: El Buen Humor, la Tristeza, la Sabiduría… como también, todos los demás, incluso el Amor.
Un día se anunció a los sentimientos que la isla estaba por hundirse.
Entonces todos prepararon sus barcos y partieron. Únicamente el Amor quedó esperando solo, pacientemente, hasta el último momento.
Cuando la isla estuvo a punto de hundirse, el Amor decidió pedir ayuda.
La riqueza pasó cerca del Amor en una barca lujosísima y el Amor le dijo: «Riqueza… ¿me puedes llevar contigo?»
– No puedo porque tengo mucho oro y plata dentro de mi barca y no hay lugar para ti, lo siento, Amor…
Entonces el Amor decidió pedirle al Orgullo que estaba pasando en una magnifica barca. «Orgullo te ruego… ¿puedes llevarme contigo?
– No puedo llevarte Amor… respondió el Orgullo – Aquí todo es perfecto, podrías arruinar mi barca y, ¿cómo quedaría mi reputación?
Entonces el Amor dijo a la Tristeza que se estaba acercando: «Tristeza te lo pido, déjame ir contigo».
– No Amor… respondió la Tristeza. – Estoy tan triste que necesito estar sola.
Luego el Buen Humor pasó frente al Amor, pero estaba tan contento que no sintió que lo estaban llamando.
De repente una voz dijo: «Ven Amor te llevo conmigo».
El Amor miró a ver quién le hablaba y vio a un viejo.
El Amor se sintió tan contento y lleno de gozo que se olvidó de preguntar el nombre del viejo.
Cuando llegó a tierra firme, el viejo se fue. El Amor se dio cuenta de cuanto le debía y le pregunto al Saber: «Saber, ¿puedes decirme quien era éste que me ayudó?»
– Ha sido el Tiempo», respondió el Saber, con voz serena.
–¿El Tiempo?… se preguntó el Amor. ¿Por qué será que el tiempo me ha ayudado?
– Porque solo el Tiempo es capaz de comprender cuán importante es el amor en la vida.
"No por mucho amanecer se madruga con más ganas"
Claudio Pafmantonio Alcarriano
Un rey muy poderoso, que un día se aburría, convocó a un derviche y le pidió que le contara una historia.
- Majestad – respondió el derviche – le contaré la historia de un rey que fue el más generoso de todos los tiempos, porque si os parecéis a él seréis ciertamente el más grande de todos los reyes vivos.
Se sintió crecer una gran tensión entre los que escuchaban este intercambio de palabras, porque nadie hablaba así al rey. Era costumbre regalarle los oídos diciéndole que ya era el más grandioso rey vivo, porque por su puesto poseía las más grandes cualidades en un grado nunca igualado.
- Cuéntame esa historia – replicó el rey, visiblemente enfadado – pero ten mucho cuidado, porque si tu historia no está a la altura de tus palabras se te cortará la cabeza por haber calumniado a tu rey.
El derviche, sin dejarse intimidar lo más mínimo, contó entonces la larga historia de un rey que sacrificó su reino e incluso su propia persona para que nunca nadie pudiera sufrir por su causa.
Después de escuchar esta historia, que le había cautivado, el rey olvidó sus amenazas y declaró:
- He aquí un excelente cuento, derviche, del que sabré sacar buen provecho. Tú no puedes sacar partido de él porque no posees nada y no tienes nada para dar. Has renunciado a todo y no esperas nada más de esta vida. Pero yo, yo soy un rey, rico y poderoso, y verás que puedo mostrarme el más generoso de todos, más de lo que jamás podrías imaginar. Sígueme y mira bien lo que voy a hacer.
El rey se fue a lo alto de una colina que podía verse desde toda la ciudad y convocó allí a sus mejores arquitectos, ordenándoles construir una inmensa edificación compuesta por una gran sala central rodeada por un muro con cuarenta ventanas. Después ordenó que se trasladara una parte importante de su tesoro al interior de este edificio. Todos los medios de transporte fueron movilizados para transportar montones de piezas de oro, lo que llevó mucho tiempo.
Una vez que todo estuvo listo, el rey hizo anunciar por todo el reino que cada día él aparecería en cada ventana con el fin de distribuir sus riquezas entre los indigentes del reino.
Rápidamente la noticia se extendió, y cada día los necesitados se presentaban alrededor de las numerosas ventanas para recibir algunas monedas de oro de las manos del soberano.
Al cabo de varios días, el rey reparó en la jugada de un hombre, claramente un derviche, que cada día venía, cogía una pieza de oro y después se iba, sin siquiera dar las gracias al rey, al contrario que los demás mendigantes.
El rey se sorprendió de ver a tal hombre venir así para coger piezas de oro. Al principio, encontró buenas razones, diciéndose que era sin duda para distribuir aquellas piezas a algunos pobres, que era una forma de caridad. Pero la sospecha fue tejiendo lentamente su red, y al final de una cuarentena de días, su paciencia al límite, el rey se irritó abiertamente de este jueguecito e interpeló al derviche:
- ¡Especie de ingrato! ¿No sabes dar las gracias por lo que hago? ¿No puedes inclinarte como los otros? Vienes día tras día a recibir una pieza de oro, ¿no podrías por lo menos sonreír como signo de agradecimiento? ¿Hasta cuándo va a durar esto? ¿Es que por casualidad te aprovechas de mi generosidad para hacerte rico, o para practicar la usura? ¡Tu comportamiento no es digno de un derviche! ¡Llevas ese atuendo remendado para engañarnos mejor!
En cuanto hubo pronunciado esas palabras, el derviche sacó las cuarenta piezas de oro de su bolsa y las tiró a los pies del rey:
- ¡Recupera tu oro, rey generoso! Y sabed que la generosidad no tiene sentido sin tres condiciones.
Dar sin experimentar el sentimiento de ser generoso.
Dar sin esperar nada a cambio.
Dar sin dudar nunca de nadie.
¿Sabrás tú, jamás, ser generoso?
Cuento sufí
¿Esperamos siempre algo a cambio?
(...) quería escribir poesía porque me había enamorado de las palabras. Los primeros poemas que conocí fueron canciones infantiles, y antes de poder leerlas, me había enamorado de sus palabras, sólo de sus palabras. Lo que las palabras representaban, simbolizaban o querían decir tenía una importancia muy secundaria; lo que importaba era su sonido cuando las oía por primera vez en los labios de la remota e incomprensible gente grande que, por alguna razón, vivía en mi mundo
“El emperador Carlomagno se enamoró, siendo ya viejo, de una muchacha alemana. Los nobles de la corte estaban muy preocupados porque el soberano, poseído de ardor amoroso, y olvidado de la dignidad real, descuidaba los asuntos del Imperio.
Cuando la muchacha murió repentinamente, los dignatarios respiraron aliviados, pero por poco tiempo, porque el amor de Carlomagno no había muerto con ella.
El Emperador, que había hecho llevar a su aposento el cadáver embalsamado, no quería separarse de él.
El arzobispo Turpín, asustado de esta macabra pasión, sospechó un encantamiento y quiso examinar el cadáver.
Escondido debajo de la lengua muerta encontró un anillo con una piedra preciosa. No bien el anillo estuvo en manos de Turpín, Carlomagno se apresuró a dar sepultura al cadáver y volcó su amor en la persona del arzobispo.
Para escapar de la embarazosa situación, Turpín arrojó el anillo al lago de Constanza.
Carlomagno se enamoró del lago Constanza y no quiso alejarse nunca más de sus orillas.”
Italo Calvino
"La idea de que la gente abandonará sus creencias irracionales ante la solidez de la evidencia presentada ante ella es en sí misma una creencia irracional, no apoyada por la evidencia".
“Yo no puedo decir si hay Dios o no. Creo que no, pero no tengo seguridad. Ahora, tengo la seguridad de que el Dios que nos vende el Vaticano es falso, y lo compruebo leyendo la Biblia con la razón y no con la fe. Cuando creemos lo que no vemos, acabamos por no ver lo que tenemos delante.“
José Luis Sampedro
menéame