Una misa no es ningún homenaje, como señalan hoy algunos ignorantes de la izquierda, rasgándose las vestiduras por el hecho de que se celebren misas por Franco. Al contrario, supone un acto de piedad por el difunto, pues parte del reconocimiento la necesidad de su purificación para entrar en el reino celestial. Negarse a celebrarla, como hacen algunos sacerdotes en el caso de Francisco Franco, aduciendo las más peregrinas excusas para justificar su cobardía ante el poder establecido, es un acto gravemente desordenado.