El destino de Julian Assange, aplastado por una máquina implacable y rodeado de difamación, es más trágico que el de los opositores soviéticos de los años setenta. La imagen del bello Julian Assange sacado en volandas, feo y envejecido, de su largo y duro encierro con un libro de Gore Vidal en las manos que narra la historia del Estado de la Seguridad Nacional de Estados Unidos, es antológica. Informa de que los grandes disidentes del Siglo XXI son occidentales.
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