Cuando Concepción Arenal (1820-1893) publicó La mujer del porvenir en 1869, las mujeres en España no tenían derecho al voto, eran consideradas inferiores intelectualmente, no podían acceder a la educación superior formal, tampoco trabajar, y no disponían de autonomía jurídica, lo que les obligaba a depender de un hombre: del padre o del marido. De otra forma, quedaban relegadas a ser solteronas o a vivir de oficios infamantes, como cigarreras o prostitutas.