Es edificante y curioso, y mucho de lección envuelta, el caso sucedido estos días en mi tierra natal con un invento nuevo. Hace lo menos veinte años que la antigua y monumental Santiago de Compostela y la industriosa y fabril Coruña suspiran por tener una línea férrea que, enlazando con la general, facilite la comunicación entre ambas ciudades, que se ven obligadas a realizar por medio de los coches diligencias más feos, sucios, destartalados, apestosos, incómodos y peligrosos de cuantos conozco.