“Mi día empezó normal y corriente. Me levanté en Alcalá de Henares, donde vivo, y cogí el tren como todos los días. Como hasta Atocha tenía media hora o 35 minutos solía quedarme dormido apoyado en el cristal y ponía el despertador en el teléfono para despertarme más o menos cuando llegaba a Entrevías. Ya entrando a Atocha el tren se paró como tres minutos y, de repente: pum, pum, pum. Dije: algo ha pasado con la catenaria. Después mi vagón explotó y cuando me di cuenta estaba en el suelo. Ya no había ventanas, ni puerta.
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