Nunca he escuchado nada como los gritos de horror de los niños de los pisos de al lado cada vez que explotaba una bomba y temblaba todo el edificio. El martes, nos trasladaron [a los 30 trabajadores extranjeros de Médicos sin Fronteras] al sótano del edificio de la ONU para el desarrollo de Palestina. Dormimos en colchones en el suelo con otros cooperantes y trabajadores de Naciones Unidas. Estamos más seguros. Pero es un alivio frustrante porque la población de fuera no está a salvo y sigue muriendo.
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