Los edificios más grandes de Santiago están poblados de miles de residentes que no pueden quedarse en sus casas. La cuarentena impide que salgan a la ciudad, pero no rige en los estrechos pasillos donde ahora transitan para vender toda clase de productos, desde pan y arepas hasta servicios de peluquería y manicure. Aunque temen infectarse en medio del hacinamiento, ejercer el comercio interno es su única manera de sobrevivir.
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