Volver sobre los pasos de un anarquista que actuó en solitario durante mucho tiempo, cruzando los Pirineos de un lado a otro para realizar sabotajes en territorio franquista, no es en cualquier caso una tarea fácil. Y cuando uno se da cuenta de que la dirección del Movimiento Libertario en el Exilio no apoyó la lucha armada clandestina, o sólo lo hizo de boquilla, la dificultad se hace aún mayor: las huellas de los numerosos compañeros anarcosindicalistas y anarquistas que perdieron la vida en la guerra de guerrillas contra el franquismo sólo han sido documentadas fragmentariamente por «sus propios compañeros» que permanecieron más o menos abrigados bajo las alas de la ley republicana francesa. Aunque de forma incompleta y a pesar de las fuentes a veces contradictorias, se intentará aquí reconstruir la trayectoria de Ramón Vila Capdevila, conocido como Caraquemada. Este compañero luchó durante décadas a su manera, a ser posible en buena compañía y si no solo, con el objetivo constante de desorganizar las fuerzas del enemigo, de sembrar el caos en sus filas, de arrojar granos de arena en sus engranajes, atacando incansablemente las infraestructuras energéticas y de transporte.
A continuación, el texto del folleto:
Ramón Vila Capdevila nació el 2 de abril de 1908 en el pueblo de Peguera, cerca de la pequeña ciudad de Berga, en el Pirineo catalán. Debe su apodo de «Caraquemada» a un triste accidente en su juventud. En 1923, se desató una violenta tormenta mientras Ramón y su madre trabajaban en el campo. Protegido bajo un árbol, el rayo cayó. Su madre murió en el acto, mientras que Ramón sufrió graves quemaduras que le dejaron marcas indelebles en la cara. Más tarde, recibió otro apodo, esta vez relacionado con su carácter solitario, salvaje y obstinado: «Jabalí». Ramón era un joven inquieto. No podía quedarse quieto, así que a veces pasaba largas semanas vagando por las montañas sin que nadie supiera dónde estaba. Para ganarse la vida, fue a las minas de Cercs, en Figols, cuando aún era muy joven. Allí Ramón se unió a la Federación Anarquista Ibérica (FAI) del Alto Llobregat y a la Confederación Nacional del Trabajo, la CNT anarcosindicalista.
Esta organización de masas había sobrevivido a los difíciles años del pistolerismo en la década de 1920, cuando la patronal contrató mercenarios para abatir a los militantes obreros, y ya había pasado varios periodos en la ilegalidad. Es en estos años cuando se remonta la presencia de grupos de acción afines que operan dentro o al margen de la CNT: pequeños grupos de anarquistas que responden con las armas al terror patronal y estatal, que realizan sabotajes y atentados contra la represión, y que llenan las arcas de la organización anarcosindicalista mediante expropiaciones en apoyo a las huelgas obreras. A principios de los años 30, la CNT también intentó varias veces lanzar una insurrección revolucionaria para proclamar el comunismo libertario, pero los levantamientos siguieron siendo locales y fueron aplastados por la represión. Ramón participó como miembro de uno de estos grupos de acción en uno de los intentos insurreccionales más famosos, el de la cuenca minera del Alto Llobregat en enero de 1932.
El 18 de enero de ese año, los trabajadores anarcosindicalistas apoyados por diferentes grupos de acción y anarquistas experimentados como Durruti lanzaron la insurrección: las fábricas y las minas fueron ocupadas por trabajadores armados en toda la cuenca industrial, se asaltaron los ayuntamientos y se declaró el comunismo libertario. El jefe del gobierno republicano español, Azaña, envió las tropas. La masacre planeada no se produjo, pero cientos de trabajadores fueron encarcelados, y más de un centenar de anarquistas (entre ellos Durruti, Ascaso, Oliver,…) fueron deportados a la colonia española de Guinea Ecuatorial o a las Islas Canarias, en virtud de la Ley de Defensa de la República. Ramón es finalmente detenido en las montañas de los alrededores junto con otros supervivientes de la insurrección, y luego encarcelado en Manresa durante casi un año como «preso del gobierno» (sin juicio, como exige la Ley de Emergencia).
La insurrección del Alto Llobregat también había mostrado las disensiones que existían en el seno de una CNT que ya contaba con cientos de miles de afiliados. Por un lado, estaban los que deseaban permanecer en el marco republicano, contando con la perspectiva de un crecimiento cuantitativo de la organización y la consecución de importantes reformas, y por otro, los que pensaban que había llegado el momento de una acción insurreccional que, aunque pudiera fracasar, encendería en cualquier caso antorchas inextinguibles en el camino de la revolución social.
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Tras salir de la cárcel, Ramón se fue a Barcelona y participó en agitaciones obreras. No se sabe mucho de su actividad, pero es probable que volviera a formar parte de los grupos de acción anarquista, como demuestra su participación en un atraco en Algemesí (provincia de Valencia) en 1935. En su huida, el coche de los expropiadores se estrelló contra un árbol y Ramón fue detenido, al igual que su compañero Ramón Ribes Capdevila. Encarcelados en Tortosa (Cataluña), los dos Ramón consiguieron afortunadamente escapar justo antes de su juicio. El 10 de abril de 1936, fueron encontrados en otro robo, el de una farmacia en Castellón. Sorprendidos por los policías, los anarquistas abrieron fuego: un policía murió inmediatamente, mientras que Ramón Ribes resultó gravemente herido (murió de sus heridas). Caraquemada aún consiguió salir de la plaza ensangrentado. Perseguido por los transeúntes que guían a los policías, es finalmente detenido en un campo de naranjos a las afueras de la ciudad y trasladado a la prisión de San Miguel de los Reyes (Valencia). En este viejo monasterio convertido en cárcel con pocas posibilidades de escapar, Ramón sabía que le esperaba una larga vida. Sin embargo, esto fue sin contar con el nuevo intento insurreccional de los compañeros, que tuvo lugar unos meses después, en julio de 1936, y que esta vez se volvió en su favor.
En Valencia, los núcleos anarquistas que más tarde formarían la Columna de Hierro asaltaron la cárcel de San Miguel, abriendo todas las puertas y dejando a los presos que eligieran entre irse por su cuenta o unirse a lo que sería la mítica Columna de Hierro, famosa por su intransigencia y su incesante lucha por la revolución social. Ramón, al igual que otros casi 400 presos, decidió unirse a la Columna de Hierro, que establecía un frente contra los fascistas fuera de Valencia. Con la convicción de que la guerra contra los fascistas debe coincidir plenamente con la revolución social anarquista, la Columna organizó varias incursiones de «retaguardia», especialmente en Valencia y Castellón, para combatir la colaboración de una parte de la dirección de la CNT con las fuerzas republicanas y estalinistas, y para oponerse a la represión de éstas contra las conquistas revolucionarias. Ramón participó en una de estas redadas en Castellón, donde se quemaron los archivos policiales y los registros de la propiedad y catastros. Bajo la presión de una CNT empantanada en sus compromisos con las demás fuerzas antifascistas, que exigía la militarización de las milicias confederadas, la asamblea general de la Columna de Hierro, el 21 de marzo de 1937, cedió finalmente como las demás: la Columna fue desmantelada, y los que quisieron pudieron incorporarse a la 83ª Brigada Mixta del ejército republicano. Ramón se negó y volvió a Berga. En marzo de 1938 fue movilizado y se incorporó a la 153ª Brigada Mixta, fruto de la militarización de la columna confederal Tierra y Libertad.
A finales de marzo, la Brigada es rodeada por las tropas fascistas. Ramón deambula durante semanas por territorio hostil antes de conseguir volver a la zona republicana. A continuación, volvió a Figols. En febrero de 1939, junto con otro medio millón de refugiados, cruzó la frontera española y fue internado en el campo de concentración de Argèles-sur-Mer, donde las duras condiciones de vida causaron muchas muertes. En 1940, Ramón cortó la alambrada del campo de Argèles, escapó y se unió a los grupos anarquistas que participaban en la lucha clandestina. Hicieron numerosas incursiones en España, cruzando los Pirineos a pie, y crearon una red de huida para ayudar a los que querían escapar de las zonas controladas por los alemanes. En 1942, durante una visita a Francia, Ramón fue detenido por soldados alemanes en las calles de Perpiñán. Al no poder presentar documentos reales, fue encerrado en la ciudadela de la ciudad, donde le ofrecieron, como a otros españoles, ir a trabajar a una mina de bauxita en Bédarieux (Hérault) para la Organización Todt, el grupo de ingeniería civil y militar del Tercer Reich basado en destacamentos de trabajadores extranjeros forzados. En febrero de 1944, tras enterarse de que la Gestapo le buscaba después de haberle seguido la pista, escapó de los trabajos forzados en la mina y se unió a los maquis, primero en la red Menessier, cerca de Limoges (encargada de recuperar las armas y el material lanzados en paracaídas por los aliados), y luego, en junio, en el grupo de Francs-Tireurs-Partisans (FTP) de Rochechouart, en Haute-Vienne. Técnico cualificado en sabotaje y uso de explosivos, encontró en el maquis a muchos anarcosindicalistas españoles.
Tras el desembarco aliado del 6 de junio de 1944, Ramón (ahora capitán Raymond) y sus maquis participaron activamente en las operaciones de acoso contra la división blindada de la SS Das Reich que se dirigía a Normandía. El 7 de junio, sabotearon el viaducto de Saint-Junien y al día siguiente ocuparon el ayuntamiento. El 11 de junio, con doscientos maquis, Ramón participa en el ataque a un tren blindado en la estación de Mussidan, cerca de Périgueux (Dordoña), que es inmovilizado tras la muerte de unos cincuenta soldados alemanes. El 1 de agosto, participó victoriosamente en la defensa de la pequeña ciudad de Chabanais, atacada por los nazis, y luego, del 12 al 21 de agosto, en los combates por la liberación de Limoges. Ramón participó entonces en decenas de operaciones contra divisiones de las SS antes de incorporarse a un nuevo destacamento, formado casi exclusivamente por libertarios, que se llamaría Batallón Libertad en Villeneuve-sur-Lot (Lot-et-Garonne). Este batallón participará hasta mayo de 1945 en la liberación de los últimos focos ocupados por las tropas alemanas en la costa atlántica.
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Con la derrota de la Alemania nazi, las esperanzas de muchos exiliados españoles se reavivaron. A pesar de las vacilaciones de los dirigentes de la CNT en el exilio, se crearon numerosos grupos guerrilleros para cruzar los Pirineos y llevar la lucha al corazón de la bestia de Franco. Ramón Vila no dudó ni un segundo, como tantos otros compañeros cuyos nombres más conocidos son Sabaté, Facérias, Wencesloa, Massana… Trabajó sobre todo como guía de alta montaña para acompañar a los grupos de acción en su paso por los Pirineos. Por su parte, el Partido Comunista Español también lanzó una operación bajo su dirección en octubre de 1944, pero al más puro estilo soviético, concentrado y militarizado: una «gran invasión» de la España de Franco. El partido hizo marchar a más de 3.000 guerrilleros hacia los valles de Arán y Roncal, donde encontraron una resistencia feroz y bien organizada de las tropas franquistas y fueron derrotados. Aunque persistieron esporádicas guerrillas comunistas y republicanas hasta 1948, año en el que sus dirigentes juzgaron inútil cualquier acción armada, fueron sobre todo los grupos libertarios los que volvieron a pasar al ataque, a modo de guerra de guerrillas de grupos pequeños, ágiles y móviles que operaban tanto en el campo (sobre todo en las montañas catalanas, al oeste de Tarragona, en la región de Valencia y en Aragón), pero también muy en la ciudad, especialmente en Barcelona.
El entusiasmo y la determinación de estos numerosos puñados de resistentes anarquistas, que pudieron contar con importantes apoyos dentro de la propia España, no sólo se enfrentaron a las dificultades de la lucha clandestina y a un implacable y bien organizado aparato represivo, sino también a las disensiones, el burocratismo, la politiquería y las luchas por la hegemonía de los círculos dirigentes de la CNT en el exilio con sede en Toulouse, siempre dividida entre los que querían seguir colaborando con el gobierno republicano en el exilio y los que consideraban que esta colaboración era un fracaso total y un defecto fatal (lo que no impidió que los partidarios de esta negativa a colaborar, como Federica Montseny y Germinal Esgleas, construyeran, por su parte, una burocracia asfixiante, una dirección centralizada y una propaganda de palabras duras que, en general, quedaría en papel mojado, perjudicando enormemente la lucha clandestina). En los años 1945 a 1949 se produjo un fuerte incremento de la actividad de los grupos guerrilleros anarquistas en España, con numerosos fusilamientos, atentados, emboscadas, sabotajes, pero también muchos compañeros caídos.
Si hemos de creer las estadísticas establecidas por los historiadores, más de dos mil guerrilleros de todas las tendencias murieron en esos años. En primer lugar, fue guía en la inmediata posguerra de varios grupos de acción (su primera incursión en territorio franquista en aquella época parece datar del 21 de abril de 1946, cuando acompañó al grupo de Sabaté a Barcelona, donde iban a llevar armas e intentar eliminar al delator Eliseo Melis Diéz). Ramón también creó su propio grupo de acción y apoyo logístico en la zona del Berguedá, a caballo entre España y Francia. En esta misma zona también actuaba otro grupo anarquista, en torno al compañero Massana, adaptado al paso de Francia a Barcelona (entre colinas, valles, bosques y montañas) y donde también persistía cierta presencia de anarcosindicalistas o simpatizantes de la lucha antifranquista entre la población local (obreros, campesinos y montañeses). Durante las largas marchas por los Pirineos, los grupos guerrilleros tuvieron que enfrentarse a la policía en varias ocasiones.
Al mismo tiempo, también era necesario encontrar medios financieros para apoyar la lucha. Ramón parece haber participado en varias de estas expropiaciones, como en noviembre de 1946 cuando, junto con el grupo de Massana, robaron la tesorería de la Compañía de Lignito en Serchs, acción que repetirían un año después, el 17 de marzo de 1947, o el robo a un gran propietario en Malanyeu. Una de las constantes de la resistencia libertaria a lo largo de estos años fue el intento de liquidar al propio Franco. En mayo de 1947, por ejemplo, Ramón dirigió un grupo de treinta compañeros por las montañas para emboscar al dictador, que iba a visitar la comarca del Bages. El plan era minar la carretera, detonar la carga al paso del convoy y terminar el trabajo con ametralladoras y pistolas.
Desgraciadamente, algunos miembros del grupo fueron sorprendidos por agentes de policía y tuvieron que abrir fuego, alertando a todas las fuerzas represivas de la zona e imposibilitando la continuación del plan. Entre 1947 y 1948, Ramón realizaría varios robos más, como el del 25 de junio de 1948, cuando junto a Massana realizó importantes expropiaciones en Sant Corneli y Sant Salvador. En aquella época, después de acompañar a los grupos de acción que querían ir a Barcelona o a sus alrededores, Ramón, acompañado por otro compañero pero también solo, no podía evitar matar dos pájaros de un tiro y puntuaba regularmente el viaje de vuelta con sabotajes: Voló en dos ocasiones las tuberías de agua de la fábrica de Carbures de Berga, paralizando la producción, o voló los postes de la línea de alta tensión Figols-Vic, práctica que se convertiría en una de sus actividades favoritas para sembrar la desorganización en el funcionamiento del franquismo. Cruzar los Pirineos a pie y pasar largas temporadas en las montañas y los bosques no era tarea fácil, y los guerrilleros podían tardar hasta tres semanas en llegar a las afueras de Barcelona desde Francia. Estos cruces requerían un gran esfuerzo físico y una atención constante, dada la presencia de numerosas patrullas de la Guardia Civil y de posibles informadores entre la población rural. Los testimonios de los compañeros que formaron parte de las expediciones en las que Ramón fue su guía, subrayan su fuerza hercúlea pero también su excepcional resistencia. En varias ocasiones, sus anfitriones estaban agotados, incapaces de seguir el ritmo de la caminata por falta de comida y descanso, pero a Ramón no le solía importar y se negaba a ceder. Por algo se había ganado el apodo de Jabalí.
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En 1949 se produce un importante resurgimiento de la actividad de los grupos de acción anarquista, en contra de la opinión de los burócratas de la CNT en el exilio de Toulouse. Para Ramón, el año comenzó con algunas dificultades. Tras acompañar al grupo de Massana a las comarcas de Girona, donde realizaron varias expropiaciones de fábricas, el 28 de febrero Ramón y otro compañero, Pernales, se encontraron con una patrulla de la Guardia Civil en Miquel de Pínos. Se produce un tiroteo y un policía resulta gravemente herido. Ramón también es alcanzado, pero logra escapar por el bosque con Pernales. Desde allí, volvió a su base en Mas Tartàs, en el lado francés. Recuperado por fin de su lesión en abril, volvió a emprender el camino, esta vez para transportar un gran cargamento de explosivos a un reducto de la guerrilla interna cerca de la localidad de Manresa, a unos 60 kilómetros de Barcelona. Una docena de compañeros le esperaban para montar una operación de sabotaje coordinada.
Divididos en cinco grupos, cada uno a cargo de una zona, una noche de mayo de 1949 se aserraron y volaron varias torres de alta tensión, mientras que el ferrocarril también fue saboteado en varios lugares (especialmente mediante la voladura de dos transformadores). Fue todo un éxito: se cortó la electricidad a gran parte de Manresa y sus zonas industriales durante varios días y se paralizó el tráfico ferroviario a la ciudad. De vuelta a la masía de Tartàs, la gendarmería francesa realizó un nuevo registro (ya lo había hecho dos años antes) y volvió a encontrar un gran arsenal de armas y explosivos, lo que le valió a Ramón unos meses de cárcel. Fue liberado en julio de 1949 tras una amnistía concedida por el gobierno francés, pero fue obligado por las autoridades a trasladarse al Puy-de-Dôme.
Permaneció allí unos meses, antes de escapar del control de la policía francesa. En septiembre de 1949, Ramón partió de nuevo y guió a un grupo de seis compañeros vinculados a Saturnino Culebras hasta las afueras de Barcelona, pero el viaje dio un giro trágico. En el camino de vuelta, el compañero italiano Helios Ziglioli es sorprendido por la policía comprando comida y es fusilado. Esto puso a la policía tras la pista de Ramón y su acompañante, el hermano menor de Quico Sabaté, Manuel Sabaté, que fue detenido dos días después. Ramón aún pudo regresar a Francia. Un mes después, en octubre de 1949, el grupo de Saturnino Culebras fue detenido en Barcelona y juzgado junto a Manuel Sabaté. De manera más general, la policía española llevó a cabo importantes redadas en 1949 en la región donde actuaban los grupos Ramón y Massana. Bajo atroces torturas, pronto se añadieron otros nombres a las listas de la Guardia Civil, y varios fueron condenados a muerte o ejecutados aplicando la ley de fuga (al menos 29 compañeros fueron fusilados o ejecutados, 11 heridos y 57 detenidos entre 1947 y 1950). El grupo de Massana, por ejemplo, sufrió varias emboscadas por parte de la policía, con el resultado de la muerte de varios guerrilleros.
A pesar de esta sangrienta oleada de represión, Ramón volvió a cruzar la frontera a finales de año, el 22 de diciembre de 1949, esta vez para acompañar al nuevo grupo, ya muy activo en Madrid y Barcelona, liderado por Wenceslao (Wences, antiguo miembro del grupo Facerías, acababa de crear su propia guerrilla urbana en febrero con sus amigos de la infancia de Zaragoza, Los Maños). Como suele ocurrir, ésta fue la última vez que Ramón pudo saludar a sus compañeros, ya que tres de ellos morirían dos semanas después tras ser delatados: Wencesloa fue asesinado por la policía en las calles de Barcelona en enero de 1950, mientras que Simón Gracia y Plácido Ortiz, detenidos el mismo día, fueron condenados a muerte y fusilados en diciembre de ese año. Como es habitual, Ramón no siguió al grupo hasta Barcelona, sino que se dio la vuelta antes de llegar a la ciudad, una vez realizada su peligrosa labor de guía.
De regreso, en la noche del 4 al 5 de enero de 1950, voló dos torres de alta tensión cerca de Sant Vincenç de Castellet. Dos meses después, y dado que no hay indicios de que Ramón haya regresado a Francia, cabe suponer que permaneció oculto en las montañas catalanas. A esto le siguieron otros sabotajes a la red eléctrica que se le atribuyeron: el 20 de marzo cayó un poste en Santa Maria d’Oló, el 21 de marzo otro corrió la misma suerte en Cercs, y el 23 de marzo voló la línea ferroviaria entre Barcelona y Manresa, cerca de Sant Vincenç de Castellet. Cuando finalmente regresó a Francia en abril de 1950, fue la gendarmería la que le esperaba al otro lado y le interceptó. Y como siempre, informaron descaradamente a la Guardia Civil. Ramón es finalmente liberado de las cárceles republicanas en julio de 1950.
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Un año después, casi al día 17 de julio de 1951, son las 10 de la noche cuando los habitantes de Lluçà escuchan varios golpes en la colina de la Plana. Era el poste 117 de la línea de alta tensión entre Figols y Vic el que había sido volado: otro atentado del anarquista Ramón Caraquemada. La Guardia Civil interrogó rápidamente a muchos vecinos de la zona, pero nadie les dijo gran cosa, lo que llevó a la policía a describir en su informe una «falta de civismo y de colaboración con las fuerzas del orden, a sabiendas de que estas viviendas se encuentran en una zona muy propicia para el robo». Diez días después, en la noche del 26 de julio, se escucharon nuevas explosiones en el Mont Marcet, cerca de Sant Vicenç de Castellet. Tres torres de alta tensión fueron atacadas, pero sólo una se derrumbó. En el primero, se cortaron dos patas, mientras que en los otros dos pilones sólo se cortó una. Un experto en municiones del ejército llegó a la conclusión de que las cargas utilizadas para derribar esta última no eran lo suficientemente potentes: «En la torre 2699 había tres cargas de 200 gramos de TNT alemán y una espoleta de cuatro metros de longitud». Sin duda, es más probable que las cargas se hayan extraviado en la prisa que pudieron tener los saboteadores después de que la policía acordonara la zona: en la primera pata, que había sido serrada, el explosivo había hecho efectivamente su trabajo, pero la explosión debió de apagar la mecha de la carga fijada en la segunda, también serrada. Ramón y otros saboteadores trabajaban a menudo de esta manera.
Para derribar un pilón, serraban dos patas paralelas al tendido eléctrico y luego colocaban una carga de unos 500 gramos de dinamita (o su equivalente) en cada una de las dos patas serradas o en las otras dos, uniendo las cargas con un cordón detonante para garantizar una explosión simultánea. La fuerza de la explosión expulsaría entonces el trozo de las patas de la torre aserrada, o en el otro caso doblaría las dos patas no aserradas, haciendo que toda la torre cayera sobre el lado de las patas aserradas, arrancando sus cables eléctricos en el proceso. El 4 de agosto de 1951, entre Aguillar de Segarra y Rajadell, se derribaron tres nuevos pilones. Además, los raíles del ferrocarril entre Barcelona y Zaragoza fueron saboteados, provocando el descarrilamiento de un tren expreso sin causar víctimas. Durante esta estancia en las montañas catalanas, Ramón y el compañero que le acompañaba también asaltaban el Hotel Alfa de Figols y el ayuntamiento de un pequeño pueblo para recuperar papeles, documentos y sellos.
Tras estas reivindicativas incursiones nocturnas, Ramón regresó al otro lado de los Pirineos1. Un año más tarde, en el verano de 1952, Ramón fue encontrado de nuevo en España. Poco se sabe de sus actividades durante este periodo, salvo que participó en una expropiación en Fígols en mayo, y que el 11 de julio, en Villada, él y otro compañero fueron sorprendidos por una patrulla de la Guardia Civil, pero pudieron escapar tras un tiroteo. Hacia finales de año, el Estado franquista consideró oficialmente que había vencido definitivamente la resistencia armada libertaria, mientras que por su parte, los burócratas del movimiento libertario español en el exilio de Toulouse, hacían todo lo posible por desanimar a los que querían unirse a la lucha clandestina y a los grupos de compañeros que seguían activos en ella. Al año siguiente, 1953, la represión franquista consiguió desmantelar el pilar que acompañaba a los atentados, la difusión de las ideas. En junio, los duros interrogatorios de los miembros del PSUC (Partido Comunista de Cataluña) detenidos en Barcelona permitieron a la policía obtener numerosos domicilios de militantes clandestinos de la CNT, y luego albergar la imprenta clandestina de Solidaridad Obrera, el periódico de la CNT.
Entre los anarquistas detenidos en la imprenta estaba su gerente, el argentino Edgar Zurbarán, antiguo miembro del grupo de Massana que había cruzado la frontera el año anterior con la ayuda de Ramón. Pero los pilones volverían a caer ese verano, a pesar de la ola de represión y de la detención de muchos militantes de la CNT. Fue en la zona del Bages y Osona, donde Ramón se encontraba con otros compañeros, donde se volaron varios pilones entre el 21 y el 23 de junio de 1953. El 27 de junio, una carga explosiva también interrumpió todo el tráfico ferroviario entre Barcelona y Sant Juan de les Abadesses. El 15 de julio, unos guerrilleros, entre los que posiblemente se encontraba Ramón, hieren a un teniente de la Guardia Civil en un tiroteo en Oristà. El 23 de julio volaron de nuevo varias torres de alta tensión en la zona del Bages, y de nuevo dos días después, el 25 de julio. Todos estos sabotajes provocaron importantes cortes de electricidad, que afectaron tanto a las ciudades como a la infraestructura industrial de la región. Ese mismo verano de 1953, Ramón fue responsable de un tiroteo en el que murió la esposa de un médico inglés durante un viaje en coche por las montañas catalanas. El acto provocó un gran escándalo a ambos lados de los Pirineos en aquella época.
La historia se volvió aún más oscura cuando se reveló que el médico inglés probablemente trabajaba para el servicio secreto británico. Pero si toda la prensa tenía interés en atribuir este asesinato a uno de esos anarquistas intransigentes como Caraquemada, el compañero Antonio Telléz, autor de las biografías de Sabaté, Facérias y otros libros sobre este guerrillero libertario contra el franquismo, afirma categóricamente que si Ramón no se presentó ante las autoridades judiciales francesas para demostrar su inocencia en este asunto, fue porque no se fiaba de ellas, y con razón. Y menos aún en medio de una caza de brujas. Otro guerrillero anarquista, Joan Busquets, diría en los noventa que Ramón no tuvo nada que ver con el caso de la pareja británica.
Sin especular más sobre su posible implicación, este asunto tendría una influencia duradera en la vida de Ramón. Los burócratas del movimiento libertario en el exilio aullaron ante el hecho de que se les atribuyera indirectamente un crimen sangriento, mientras que los compañeros menos alejados de las actividades de Ramón comenzaron a desconfiar de él. A partir de ese año, Ramón cortó definitivamente toda relación con la Organización y se limitó a ver sólo a sus compañeros y amigos más cercanos. Ahora también buscado en Francia, vivió escondido a ambos lados de los Pirineos. Aunque fue abandonado por la Organización a la que tanto había dado desde su juventud, no cesó sus actividades y sus incursiones «explosivas» en España; simplemente las llevó a cabo más a menudo por su cuenta.
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A partir de 1953, la dirección de la CNT y de la FAI en el exilio consideró que la continuación de las actividades guerrilleras era perjudicial en cualquier caso. Sabaté, por su parte, lo vivió con amargura y se distanció de ella hasta el punto de cortar los lazos con la Organización de la Calle Belfort de Toulouse (en 1955 creó los Grupos Anarco-Sindicalistas (GAS), que publicaban su propio órgano, El Combate). En cuanto a Massana, buen amigo de Ramón, se había retirado de la lucha en 1951 tras problemas con la dirección del movimiento libertario y un incidente con la aduana francesa en Couflens (Ariège) el año anterior. Fue a él a quien la dirección de Toulouse encomendó la misión… de ir a hablar con Ramón para convencerle de que dejara sus propias actividades. Por supuesto, éste era el único enviado que Ramón aceptaría, pero no cambió su respuesta de negarse a deponer las armas. Aunque sus actividades subversivas se redujeron necesariamente y fueron más solitarias, esto no significó que cesaran.
Cada verano desde su ruptura, como en los explosivos meses de julio y agosto de 1951 y 1953, Ramón se desplazó sistemáticamente a España para realizar varios sabotajes. Hasta 1960, hay muy poca documentación sobre ellas, y sólo unos pocos rastros después. A finales de los años 50, todos los que siguieron haciéndolo tuvieron que soportar golpes muy duros de todos modos. Hubo muchas detenciones, muchas muertes entre estos compañeros, pero también entre sus partidarios y cómplices. En 1957, por ejemplo, Facérías fue asesinado en Barcelona tras un enfrentamiento con la Guardia Civil; tres años después, en 1960, Sabaté murió con las armas desenfundadas en San Celoni. Sin embargo, un año más tarde, la voz de la dinamita de Ramón proclamó alto y claro que nada había terminado, y no sólo bajo el sol del verano: en febrero de 1961, varios pilones fueron derribados en Rajadell, cerca de Manresa. Unos días más tarde, otro pilón fue volado en el Pla de Vilamajor. Ramón volvió al lado francés, todavía escondido. Fue también en 1961 cuando se reunieron las dos grandes escisiones del Movimiento Libertario en el Exilio.
Con motivo de este gran congreso celebrado en septiembre, se decidió incluso relanzar la lucha clandestina en España. De acuerdo con los hábitos de la CNT, se creó un organismo bajo el control del secretariado general: la Defensa Interior (DI). Cada tendencia lanzó en paracaídas a sus seguidores, algunos de buena fe, otros más bien motivados por su temor a controlar las posibles actividades de esta organización de lucha clandestina. A pesar de algunas acciones, la actividad de Defensa Interior será casi nula, principalmente por la falta de apoyo que llegará hasta el sabotaje de la organización matriz. Las principales resoluciones tomadas en el congreso de reunificación quedaron en papel mojado y Defensa Interior fue desmantelada en el congreso de 1965. Vinculados todavía a diferentes escalones del Movimiento Libertario que seguían siendo partidarios de la acción directa, los que realmente querían relanzar por fin la lucha clandestina acabarían autonomizándose de nuevo un año después, para librarse del control orgánico y ganar autonomía operativa (lo que daría lugar al Grupo Primo de Mayo en 1966, pero esa es otra historia).
En cualquier caso, en 1961 Ramón sabía por experiencia lo que valían las bonitas proclamas del «burdel de la calle Belfort», y continuaría la lucha sin esperar nada de él ni deberle nada. Al año siguiente, el 5 o 6 de julio de 1962, volvió a cruzar la frontera desde Prades, en los Pirineos Orientales, esta vez en compañía de Pedro Antonio Sánchez Martínez. Llevan armas y explosivos y bajan hacia el Bages. Hacia Fonollosa, colocaron cargas de dinamita (fabricadas por la Société Nouvelle Française en mayo de ese año) al pie de tres torres de alta tensión. También dejaron allí una bandera de la CNT. Era el 24 de julio de 1962, y su sabotaje provocó un corte total de electricidad entre las ciudades industriales de Manresa y Sabadell. Los dos anarquistas se dirigieron entonces hacia la frontera francesa, pero la Guardia Civil estaba en alerta máxima. Tras un primer enfrentamiento con la Guardia Civil, deciden separarse. Pedro Martínez, el último compañero de Ramón, fue detenido unos días después tras otro tiroteo y condenado a 30 años de prisión en octubre. Ramón también tuvo un problema al cruzar la frontera: se encontró con una patrulla de la gendarmería francesa y abrió fuego cerca de Prada de Conflent para perder a sus perseguidores.
El verano siguiente, en 1963, Ramón partió solo, con 55 años, hacia su zona de actuación favorita: la comarca del Bages. El 2 de agosto de 1963, eligió tres nuevos pilones en los alrededores de Rajadell (Manresa), cerca de la línea de ferrocarril. Corta dos pies de cada torre antes de colocar cuidadosamente las cargas explosivas y las mechas lentas. A medianoche, las torres de alta tensión se doblan por la fuerza de las explosiones y se corta la electricidad. La Guardia Civil registró entonces la zona, movilizando a casi 400 hombres en base a un plan preestablecido tras el sabotaje anterior (posibles pasos, posición de la luna, horarios, días, etc.). El 7 de agosto de 1963, un cabo y dos guardias civiles de Manresa fueron emboscados cerca de Castellnou del Bages. Allí, unos minutos después de la medianoche, los policías abrieron fuego contra un individuo que avanzaba cautelosamente a la luz de la luna. El hombre resultó gravemente herido y cayó al suelo. Los policías se acercaron a él e inspeccionaron las heridas causadas por los dos agujeros de bala. En lugar de tratarlo, lo dejaron desangrarse hasta morir. Su agonía duró hasta las 6 de la mañana. Se llamaba Ramón Vila Capdevila, el inexpugnable Caraquemada.
Casi se podría decir que Ramón llevaba toda su casa a cuestas. Se le encontraron 5779 pesetas y 100 francos, una mochila, cuatro cajas de plástico, una lata de café instantáneo, una radio portátil, un cuaderno de ejercicios de matemáticas, un mechero, una pistola especial de 9 mm Parabellum con un cargador extra y 41 balas, una pistola del calibre 45 con 37 balas y tres cargadores, una granada, un rollo de mecha lenta, rollos de cinta aislante, un manojo de llaves, varias sierras de arco, cuchillas de afeitar, un mackintosh y un saco de dormir. Ramón está enterrado allí, en Castellnou del Bages. Si la prensa franquista se adjudicaba la victoria, al otro lado de los Pirineos, el Movimiento Libertario en el Exilio (español) mantenía un injustificable silencio. De la misma manera que cuando otros guerrilleros anarquistas como Sabaté fueron asesinados, no se alzó una sola voz para defender a Caraquemada, para recordar su lucha y su trayectoria, o para desafiar a las autoridades franquistas. Ni uno solo. Sólo en un periódico del movimiento francés, Le Combat Syndicaliste, apareció una esquela de Caraquemada el 22 de agosto de 1963. Como dijo Antonio Telléz: si fue el franquismo el que mató a Caraquemada, fue el Movimiento Libertario Español en el Exilio el que lo enterró.
Quiero mi tumba
lejos de los cementerios
sin batas blancas
ni bóvedas de oro
Quiero que me entierren
lejos de estos falsos hogares
donde la gente cada año
Quiero que me entierren lejos de esos hogares falsos donde la gente viene a llorar cada año
Quiero que me entierren
en la cima de una colina
cerca de este pino blanco
solo en el barranco
Quiero que mi tumba sea
entre dos rocas
y mis compañeros
serpientes de colores y lagartos verdes
No quiero que ningún sacerdote laico o romano venga a mi funeral
ni los sacerdotes laicos ni los romanos
y las flores serán
un rocío de cardos espinosos
Tampoco quiero que nadie venga
para decir discursos y salmos
con banderas y adornos
del mundo civilizado
Como oración, el graznido
de cuervos y cornejas
el aullido del viejo zorro
cuando se ciega se abandona
No hay luz de las velas
que dan destellos de espanto
me iluminará
rayos y centellas
Quiero que mi tumba sea
cubierto de altos espinos
con grandes y espesas zarzas
con cardos silvestres
Deja que crezca todo alrededor
hierba para los rebaños
y en mi sombra yace
el perro negro cansado
Quiero que mi cuerpo descanse
lejos del estruendo humano
por el gran pino
en el barranco solitario
Poema atribuido a Caraquemada
Notas:
1 También hay que tener en cuenta que en 1951-52 Ramón estaba un poco más aislado, ya que Facerias se había ido a Italia y el Estado francés tomó medidas restrictivas contra las actividades anarquistas clandestinas para ayudar al régimen de Franco. Francisco Sabaté Quico, por ejemplo, estuvo bajo arresto domiciliario en Dijon entre 1951 y 1955 (año en el que reanudó la lucha), mientras que Marcelino Massana fue detenido en Toulouse por la DST en febrero de 1951, habiendo solicitado el gobierno de Franco su extradición. Aunque su extradición fue rechazada, Massana fue puesto bajo arresto domiciliario en un pequeño pueblo de la región de Deux-Sèvres (Francia) y luego en Leucamp (Cantal) hasta 1956. A partir de entonces, no reanudó sus actividades anteriores.
Fuente: Caraquemada: sur les sentiers de la guérilla contre le régime franquiste, publicado en francés en el número 15 de Avis de tempêtes. Boletín anarquista para la guerra social (marzo de 2019).
Traducido por Jorge Joya
Original: anarchroniqueeditions.noblogs.org/post/2020/01/17/caraquemada-sur-les-