Hambre y ratas

El flautista de Hamelín, un cuento que esconde una historia real

La combinación de datos históricos y elementos literarios hace pensar que la leyenda de los niños perdidos podría evocar una antigua epidemia de ratas o la emigración de alemanes pobres.

El flautista se lleva a los niños de Hamelín. Óleo de 1881 por James Elder Christie. Galería Nacional de Escocia, Edimburgo. 

Foto: Cordon Press

En el año de 1284 apareció en Hamelín un hombre muy extraño. Llevaba una capa de muchos colores […] y decía que sabía cómo librar a la ciudad de ratones y ratas a cambio de cierta suma de dinero". Así empieza la leyenda del flautista de Hamelín, cuyo final es bien conocido: como los habitantes del pueblo no le pagaron la suma convenida, el flautista volvió a aparecer el 26 de junio, día de san Juan y san Pablo, esta vez con un aspecto terrible y un extraño gorro rojizo (la forma en que se representa al diablo en muchas leyendas medievales), se llevó al ritmo de su melodía a todos los niños y niñas del pueblo (130 en total) y, sacándolos por la puerta este de la localidad, desapareció con ellos en el interior de una cueva. Sólo se salvaron tres muchachos: uno muy pequeño, que regresó a recoger su chaqueta, además de uno ciego y otro mudo, que se quedaron rezagados y no pudieron relatar nada de lo visto u oído, aunque la tradición oral habla de la posterior aparición de todos ellos al otro extremo de la cueva, en Transilvania.

¿Realidad o ficción? ¿Se esconde algún hecho histórico tras el cuento que los hermanos Grimm popularizaron en 1816 o es simplemente eso, un cuento, fruto de la tradición popular? Los orígenes de la leyenda se remontan a la Edad Media. La primera representación gráfica de los niños saliendo de Hamelín se llevó a cabo en 1300 en una de las vidrieras de la iglesia del mercado, destruida en el siglo XVII; en ella no aparecían ratas, sino tan sólo un hombre con un instrumento musical al que seguían los niños.

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APARECEN LAS RATAS

No fue hasta 1565 cuando el conde suabo Froben von Zimmern describió por primera vez en su crónica familiar la plaga de roedores. Estas plagas eran abundantes en la Edad Media y, aunque los animales aún no eran temidos como transmisores de la peste, sí lo eran por acabar con los cereales recogidos en las cosechas, y era normal que hubiera individuos que se dedicaran a su exterminio. Al igual que los verdugos o los limpiadores de letrinas, estas personas vivían al margen de la sociedad por las características de su profesión, pues, aunque eran necesarios, nadie quería compartir su vida cotidiana con ellos.

El flautista se lleva a las ratas de Hamelin en un grabado de 1889. 

Foto: Wikimedia Commons

Por eso se desplazaban de ciudad en ciudad, de aldea en aldea, sin tener ningún derecho de ciudadanía. El uso de trampas y de venenos se contaba entre los medios más efectivos para combatir a los roedores. La leyenda, sin embargo, describe un método inusual, pero que resultó igual de efectivo: el sonido de una flauta.

La combinación de datos reales con elementos literarios de la época ha llevado a concluir que la historia tiene una base de realidad.

Esta combinación de datos precisos con elementos propios del ámbito de lo irreal es lo que ha llevado a los historiadores a la conclusión de que tras la historia del flautista de Hamelín se esconde un acontecimiento histórico real que, poco a poco, fue tomando forma de leyenda y fusionándose con otras ya preexistentes.

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LA HAMBRUNA DE 1284

Aunque en los libros de los Consejos celebrados en la ciudad de Hamelín no se ha documentado el hecho de que la ciudad contratase a nadie para librar al municipio de una plaga de ratones, sí es cierto que, en el año mencionado en la leyenda, la ciudad sufrió una terrible hambruna provocada precisamente por los roedores que acabaron con las cosechas de cereales.

Cuando no recibe el pago acordado el flautista rapta con su música a los niños de Hamelín para desaparecer con ellos en una cueva para siempre. Grabado de 1930, Galería Nacional de Escocia.

Foto: Cordon Press

También está documentado que, precisamente debido a la hambruna, muchos jóvenes emigraron de la región en la que está situada Hamelín (Baja Sajonia) para participar en la colonización del Este, donde esperaban encontrar mejores condiciones de vida. Siguieron para ello la llamada de Ladislao IV de Hungría (1262-1290). Su vasto reino se extendía desde la actual Croacia hasta los Cárpatos, un territorio con muy poca densidad de habitantes y que el monarca quería poblar con alemanes, a los que prometía eximir de impuestos y servicio militar.

A mediados del siglo XIII, se produjo una gran migración hacia el este de muchos jóvenes de Hamelín a causa de una hambruna que afectó a la región. 

La oferta, dada a conocer en los pueblos por un locator –un captador que se presentaba a caballo con ropas llamativas y congregaba a la gente en la plaza al sonido de su silbato– era mucho más que atractiva para los campesinos de las orillas del río Wesser, explotados por sus señores y tratados en algunos casos como esclavos.

LA MUJER QUE LO VIO TODO

El siglo XIII fue un momento álgido en el proceso de colonización del Este, por lo que el flautista podría haber sido un locator, que congregó con su silbido a los jóvenes del lugar, quienes lo habrían seguido en busca de una vida mejor. Esto, evidentemente, supuso para Hamelín la pérdida de toda una generación; un suceso traumático que posteriormente se justificaría recurriendo a la leyenda que no tardaría en empezar a construirse.

Jacob y Wilhelm Grimm (sobre estas líneas, retratados por su otro hermano Ludwig en 1843) incluyeron en su obra Leyendas alemanas, publicada entre 1816 y 1818, la versión de la historia del flautista de Hamelín que todos conocemos en la actualidad. Los hermanos Grimm recogieron tradiciones orales aún vivas en su época, como la que contaba que la calle por la que marcharon los niños para salir del pueblo se llamaba Bungelosenstrasse, «calle sin ruido», ya que no se permitía bailar o escuchar música en ella.

Foto: Cordon Press

La Catena Aurea, una colección de leyendas de principios del siglo XV, contienela versión más antigua que se conoce de la misteriosa historia, y es en ella precisamente donde aparece un dato que la relaciona con esta migración histórica, pues el texto menciona la existencia de un testigo de los acontecimientos: "Y la madre del señor decano Lüde vio marcharse a los niños".

Según el libro de documentos notariales del archivo histórico de Hamelín,la familia Lüde fue una de las más activas en el ámbito de los negocios de la ciudad, por lo que alguno de sus miembros bien pudo haber presidido una corporación y ostentar, por tanto, el cargo de decano. Este hecho daría, pues, carácter de realidad a aquello que parecía sostenerse tan sólo en el mundo de la leyenda.

LA PISTA TRANSILVANA

La teoría de la migración de los jóvenes se confirmaría, además, por otro hecho decisivo: la toponimia de la región de Siebenbürgen ("Siete burgos"), en la actual Transilvania, denominada así en alemán por constar de siete grandes núcleos urbanos fundados por alemanes. En esta zona aparece el nombre de Hamelspring ("el lugar donde nace el Hamel"), aunque no existe allí ningún río llamado así. Ello respondería a la costumbre de los emigrantes de poner a los asentamientos que fundaban el mismo nombre de sus lugares de origen.

Athanasius Kircher (1602-1680), un jesuita famoso en su época por la amplitud de sus intereses científicos, se desplazó a Hamelín para investigar los fundamentos de la leyenda del flautista. En su obra musical Musurgia universalis (1650), Kircher (arriba, en un dibujo de la Biblioteca Ambrosiana de Milán) trató de las melodías del flautista y de su posible efecto mágico.

Foto: Cordon Press

La historia que conocemos en la actualidad es fruto del trabajo del jesuita Athanasius Kircher en el siglo XVII, que también investigó el trasfondo histórico de la leyenda. A principios de la siguiente centuria, el erudito Johann Gottfried Gregorii difundió la leyenda en el ámbito alemán a través de sus libros populares de geografía y fueron sus versiones las que conocieron Goethe y otros autores románticos.

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Dos de ellos, Clemens Brentano y Achim von Arnim, entusiasmados por el acervo de la poesía popular, animarían a los hermanos Grimm a poner por escrito las versiones de la prosa popular en su antología de leyendas.