Las cocinas de gas pueden emitir más benceno cancerígeno que el humo del tabaco

Una persona enciende un fuego en una cocina de gas.
Una persona enciende un fuego en una cocina de gas.
EUROPA PRESS
Una persona enciende un fuego en una cocina de gas.

En la ESO se enseña que al quemarse un hidrocarburo se produce solo dióxido de carbono y agua. Es decir, la combustión con oxígeno (O2) de un compuesto formado por carbono e hidrógeno, por ejemplo el metano (CH4) del gas natural, genera CO2 y H2O. Para mantener la estequiometría de la reacción (la suma de átomos a un lado y a otro) hay que poner dos moléculas de oxígeno, y con ello se obtienen dos de agua. Tremendamente sencillo, todo cuadra y santas pascuas.

Esto es impecable para sacar un 10 en un examen. Pero no es así como las cosas funcionan en la naturaleza, que es mucho más complicada. Primero, en una situación real el metano no está purificado y aislado en una burbuja, por lo que en las reacciones de combustión entran también otros compuestos que no querríamos que estuvieran ahí, pero que están.

Segundo, en el mundo real la combustión no es completa. Y esto no solo significa que también se libera metano sin quemar, sino que además hay combustiones parciales con los otros compuestos que entran en la reacción sin haber sido invitados, obteniéndose productos que parecerían insospechados sobre el papel.

En la práctica, esto es lo que ocurre: de la combustión del gas de la cocina (ya sea gas natural, butano o propano) se obtienen, por supuesto, CO2 y vapor de agua, pero también otras cosas como metano sin quemar, monóxido de carbono (CO), formaldehído (HCHO), dióxido de nitrógeno (NO2), benceno (C6H6) y otros hidrocarburos. Y lo malo es que nada de esto es bueno para nosotros. Por si alguien aún no lo sabía, respirar productos de la combustión es malo. El monóxido de carbono es venenoso, el dióxido de nitrógeno es irritante, y el formaldehído y el benceno —del que ahora hablaremos— son cancerígenos.

Contaminación hecha en casa

Claro que a esto antes no se le daba importancia. Por esto, y porque probablemente antaño no había muchas más opciones, toda la vida hemos tenido dentro de casa cocinas de gas, estufas de gas, hornos de gas y calderas de gas abiertas. E incluso hoy, cuando la contaminación atmosférica en las ciudades sí se ha convertido en una preocupación generalizada que motiva protestas, políticas y medidas, sigue ignorándose que en muchos hogares la contaminación se produce dentro. Olemos y vemos el humo del aceite o de la carne cuando se nos queman, pero el humo de la combustión del gas, que siempre está presente, no se ve ni se huele.

Las cocinas de gas tienen tanto peso en los casos de asma infantil como el humo del tabaco, y contaminan incluso apagadas

Aún falta mucho para que aquí a esto se le empiece a prestar la atención que merece. Pero en países más desarrollados que el nuestro esta preocupación ha tomado forma en los últimos años, a raíz de la acumulación de evidencias científicas durante décadas. Como conté hace meses, estos estudios han mostrado que las cocinas de gas tienen tanto peso en los casos de asma infantil como el humo del tabaco, que su uso eleva rápidamente el NO2 por encima de los niveles seguros, y que las tres cuartas partes del metano que liberan al aire lo emiten cuando están (teóricamente) apagadas. Y que los extractores no bastan para eliminar el problema. Por todo ello, en EEUU el debate sobre las cocinas y otros aparatos domésticos de gas ha llegado a los principales medios, a los foros políticos y a las redes sociales.

Ahora, un nuevo estudio dirigido por la Universidad de Stanford ha medido por primera vez los niveles de benceno emitidos por el uso de las cocinas de gas en condiciones reales, en 87 hogares de California y Colorado. El benceno, un viejo conocido de todo el que haya habitado un laboratorio de biología, es un carcinógeno incluido en el grupo 1 de la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC), el grupo de factores cuyo efecto cancerígeno está sólidamente establecido. En concreto, el benceno provoca leucemias y otras enfermedades de la sangre, y se considera que el único nivel seguro de exposición es cero. Lo cual es un problema teniendo en cuenta que se produce en la combustión de hidrocarburos como la gasolina.

Los extractores no bastan

Los resultados del estudio insisten en que quemar gas dentro de casa no es una buena idea: los investigadores observan que un solo fogón utilizado al máximo, o un horno de gas a 170 °C, acumulan niveles de benceno en el aire que al menos en la tercera parte de los casos fueron superiores a los del humo del tabaco en el ambiente, el llamado humo de segunda mano; en el caso más extremo, hasta más de 4 veces mayores. “La buena ventilación ayuda a reducir la concentración del contaminante, pero encontramos que los extractores a menudo son ineficaces en eliminar la exposición al benceno”, dice Robert Jackson, director del estudio.

Las personas que están fuera de la cocina pueden verse expuestas a altos niveles de benceno durante horas después de apagarse el fogón

El estudio muestra también que este compuesto se difunde por la casa y permanece en el aire durante horas; las concentraciones medidas en los dormitorios excedieron los estándares nacionales de EEUU e internacionales. “Las personas que están fuera de la cocina pueden verse expuestas a altos niveles de benceno durante horas después de apagarse el fogón”, escriben los autores. Por último, comprobaron que el origen de esta contaminación era la combustión del gas, y que no procedía del gas sin quemar ni de las grasas o aceites de los alimentos al cocinarse.

Como conclusión, escriben los investigadores, “estos resultados subrayan la importancia de la combustión de las cocinas de gas en la calidad del aire y en la exposición humana de cara a futuras políticas destinadas a proteger a las personas de la contaminación del aire, sobre todo en los barrios de rentas más bajas donde las viviendas son más pequeñas”.

Periodista, escritor, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular

Soy periodista, biólogo y doctor en Bioquímica y Biología Molecular. Antes de dedicarme al periodismo, en los años 90 trabajé en investigación en el Centro Nacional de Biotecnología y publiqué 19 estudios científicos y revisiones. Como periodista de ciencia, fui jefe de sección de Ciencias del diario Público, y entre mis colaboraciones figuran medios como El País/Materia, El Huffington Post, ABC, Efe o BBVA OpenMind, entre otros. En mis ratos libres también intento viajar y escribir sobre viajes. He publicado tres novelas: 'El señor de las llanuras' (Plaza & Janés, 2009), 'Si nunca llego a despertar' (Plaza & Janés, 2011) y 'Tulipanes de Marte' (Plaza & Janés, 2014).

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