—¡Se venden churros! ¡Se venden churros! Vengan, compren y pruébenlos.
—Hola, veo que vende pan duro comprimido y con forma tubular. ¿Por qué lo llama churros?
—Porque esto es una churrería, aquí se venden churros. Esto son churros y tienen forma de churros.
—Me tiene intrigado con esos “churros”, ¿De qué están hechos?
—Pues de harina, agua y sal.
—Esos son los mismos ingredientes que el pan. Tú vendes pan con forma de tubo. Son baguettes sudadas de aceite, algunas se ven crudas.
—Bueno, bueno tranquilícese que esto es una churrería y se sirven así. Se fríen unos segundos en aceite hirviendo, se cortan de un tamaño aleatorio y se sirven con chocolate caliente.
—¿Con chocolate? ¡Qué asco tío!, ¿quién en su sano juicio va a querer meter pan crudo aceitoso en chocolate caliente?
—Bueno. ¿Va a querer comprar churros?
—Tiene pinta de estar asqueroso e incluso vomitivo, pero no quiero que me digan que no pruebo nada nuevo. Dame uno.
—Se venden por docenas o medias docenas. Esto no es una panadería, es una churrería.
—Tienes los humos muy subidos para ser un panadero con una caseta ambulante. Le compro media docena.
—Aquí tiene, son 30 pesetas.
—¿¡30 pesetas por 6 panes aceitosos en un cucurucho de papel!?
—Le he puesto un par más de regalo. Llevas unos 8 o así, de nada.
—Pero… pero si le has echado azúcar al pan aceitoso, yo no te lo he pedido.
—Los churros se sirven con azúcar.
—Vale, lo probaré. Dame un vaso de chocolate y así “disfruto de la experiencia completa”.
—60 pesetas por favor
—¿¡60 pesetas es el doble de lo que he pagado por el pan crudo grasiento con granos de pus blanco!?
—Churros y chocolate por 90 pesetas, un desayuno completo.
—Aquí tiene todo. Puede que sea la última vez que nos veamos. Si esto está repugnante y nos hace enfermar a todos prepárese, porque habrá consecuencias.
—Le espero la semana que viene, abrimos todos los domingos.
…
—La semana pasada le dije que habría consecuencias si nos poníamos malos, pero hemos sobrevivido todos. Aunque algunos han sufrido fuertes dolores de estómago. La verdad es que su aspecto era nauseabundo y mi esposa no lo probo hasta que yo lo ingerí al mojarlo en chocolate.
—¿Viene a que le devuelva su dinero?
—No, vengo a comprarle 5 docenas de churros y chocolate para 10. He invitado a toda mi familia para que prueben esta nueva comida e instaurar una nueva tradición familiar. Quiero que todos sufran lo mismo que yo.