En una cena de nochebuena se sientan siete personas. De ellas, dos estarán muertas antes de tres años y esa cena será una de los múltiples factores que contribuirán al fatal desenlace. Conozcamos a los protagonistas:
-Juan, 75 años, patriarca de la familia y empresario de éxito. Ha enseñado a sus hijos a ser absolutamente normales y hacer lo que se supone que deben hacer en cada momento, desde gritar como posesos en el Bernabeu cuando hay partido a pelotear descaradamente a sus profesores y jefes, pasando por ser mayordomos de la cofradía a la que pertenece la familia desde hace un siglo. También les ha inculcado que nunca, bajo ningún concepto, deben mostrar debilidad en público, y siempre deben transmitir fuerza, optimismo y una cierta agresividad intimidatoria. .
-Luis, 40 años, hijo de Juan. Quiso ser profesor de secundaria pero acabó estudiando empresariales por imposición familiar. Actualmente es responsable de RRHH en la empresa de un amigo de su padre. El sueldo es bueno pero, aparte de trabajar 7 días a la semana con plena disponibilidad horaria, en sus 10 años de trabajo ha tenido que encubrir casos de acoso laboral amenazando a las víctimas para que callasen, o despedir disciplinariamente a empleados de toda la vida, incluidos amigos suyos, elaborando montajes para inventarse falsos incumplimientos y así no pagarles indemnización, siendo sabedor de que con sus edades no iban a volver a contratarles en ningún sitio. Sufre un trastorno ansioso-depresivo severo que cada día se agrava. Nunca se lo trató porque su padre le advirtió de que, si vas al psicólogo, se acaba sabiendo y, si el jefe piensa que te estás amariconando, te quitará el puesto. En los últimos días de su vida, levantarse cada mañana era el peor de los suplicios. Se acabará suicidando el año que viene.
-Lucía, 35 años. La bala perdida de la familia. Dibujaba muy bien, pero el padre le prohibió taxativamente estudiar bellas artes. Entonces decidió no estudiar nada, hasta el punto de que ni siquiera en las universidades privadas donde el padre le iba matriculando accedían a aprobarle. Y eso que tenían fama de aprobar a todo el mundo que pagase sus estratosféricas matrículas. Fue pasando de drogas blandas a duras y de nada sirvió su ingreso en tres centros de desintoxicación. El padre, para evitar escándalos, le pasaba una asignación a cambio de que viviese en un piso de la familia y no se dejase ver mucho por la calle. Morirá de sobredosis en 2 años.
Los otros cuatro invitados a la cena son amigos íntimos de la familia. Durante su desarrollo, Lucía y Luis sonreirán continuamente y contarán innumerables falsedades sobre lo maravillosas que son sus vidas. Y actuarán tan bien que la propia Lucía creerá que la vida de Juan es de ensueño, y Juan pensará que su hermana ha superado sus adicciones y actualmente trabaja como representante de una firma de joyas, rodeada de glamour y belleza. Y eso hundirá todavía más a ambos, pues cada uno pensará que, mientras el otro ha logrado salir de su miseria, él sigue en el fondo de un pozo insalvable. Si hubiesen tenido el valor de quitarse la careta, tal vez habrían dado un primer paso para reconstruir sus vidas.
Meneante que lees estas líneas: seguramente no te descubro nada si te digo que es relativamente fácil sonreír aunque el dolor te carcoma las entrañas. Tampoco te sorprenderá saber que todos tenemos la tendencia a mentir escandalosamente sobre nuestras vidas, subiendo fotos donde besamos a gente que detestamos, posamos en restaurantes caros a cambio de comer latas de atún el resto del mes, mostramos euforia para tapar ideaciones suicidas o nos mostramos como peces en el agua pese a saber que estamos nadando en residuos tóxicos. Y todos tenemos la tendencia a seguir la corriente aunque eso implique negarnos a nosotros mismos. Tener pareja para no estar solos, aunque la relación sea una basura. Vestir ropa que nos parece ridícula, ir a lugares que nos hastían o realizar pautas de comportamiento que nos amargan. Y a fuerza de hacerlo, llegamos a olvidar incluso quiénes somos. Pasa todo el año, y en estas fechas todavía más.
Atrévete a ser libre y clarividente. No te dejes engañar por el laberinto de espejos. Si estás deprimido, si sientes que tu vida no tiene sentido, que la has malogrado, que has perdido los mejores años, que todo es gris y pesado...no estás solo, y posiblemente quien te habla aspaventosamente sobre el último coche que se ha comprado y lo feliz que se siente, esté mucho peor que tú. Aunque parezca una locura, atrévete a mostrar como te sientes, cómo eres en realidad, a calificar como subnormalidades las cosas que así te lo parecen y a guiar tu vida hacia los caminos que tú, como ser único e irrepetible, sientes que pueden llenarte. Hablar con libertad y sin fingir ya es un magnífico bálsamo para el alma, y a veces tiene un fuerte efecto contagioso. Y puede ser un primer paso para romper esa relación que no te aporta nada y sólo mantienes por inercia, para estudiar la carrera que siempre deseaste o para empezar a hacer las pequeñas o grandes cosas que siempre quisiste. Dentro de lo terriblemente imperfecta que es la vida, es el primer peldaño para alcanzar la felicidad. Y nunca es tarde para pisarlo, aunque si lo haces tarde inevitablemente lamentarás el tiempo perdido.
Esta noche, si te toca lidiar con cenas familiares, atrévete a mostrarte como eres. Y si no, coge una buena peli, un buen libro o una gran obra musical, y dialoga con las grandes mentes que los engendraron. O simplemente sal a la calle a ver las luces, o lo que más te apetezca. En cualquier caso, te deseo feliz libertad.