El camino (El karma y la tercera ley I)

Algunos sostienen el punto de vista de que los conflictos bélicos son un gran motor del progreso. Y lo cierto es que ingenios tan útiles y diversos como el radar, las latas de conservas, el pegamento instantáneo e incluso internet son a la postre inventos que provienen del ámbito militar. Pero lo cierto es que las guerras son una destrucción neta de recursos.

Una grave pérdida de un tiempo tal vez escaso. Además de las vidas, el sufrimiento y la honda huella que deja su paso. Y es por eso que interesa que el enemigo esté en guerra, sin duda con otro. Que desconozca los contornos del tablero y se vea acotado y abocado a reaccionar en la delimitada forma prevista. Tal es la lógica bélica, desde mucho antes que Sun Tzu recogiera sus principios calificándolos de arte. La lógica nunca ha cambiado.

Es un punto de vista, cualquier actividad puede ser llevada a cabo con maestría, pero al hablar de arte solemos inclinarnos a pensar en las bellas artes. No quiere decir que en todas partes sientan la misma inclinación. Desde nuestro punto de vista la falta de empatía entre iguales recibe la consideración de patología. En otros contextos puede ser tan sólo una debilidad. Ésa es la dura realidad.

Pero tal vez no debería ser tan dura, es en el reconocimiento de los otros como semejantes donde se halla la raíz de tan elemental instinto. Algo tan sencillo como no hacer al prójimo lo que no desees que te hagan y a la inversa. Una lógica también mucho más vieja que por la fuente que la conocemos. Sucede que, el contexto es un factor determinante. Y, bien sabido es por quienes lo han ostentado, que el poder es una soberbia influencia sobre nuestro punto de vista.

Hay muchos, como sobre cualquier cosa. Unos afirmarán con rotundidad que el poder se impone, y eso es lo que lo define. Otros, con más serenidad, tal vez observen que el verdadero poder no necesita imponerse.

El dicho de que “todos los caminos conducen a Roma” no es gratuito: es porque desde Roma han sido trazados. La razón se puede retorcer, tergiversar, manipular, eclipsar, confundir. Pero al final del día ahí sigue. Y ahí va a seguir siempre, por más que sus heraldos sigan el mismo camino que el resto. O siempre que quede alguien para contemplarla, dirían algunos.

Pero lo cierto es que, por diversos motivos, no todos se prestan a su contemplación. Al final es una cuestión de hedonismo. Y aunque no sepan hallar en la vida más que ciertos placeres, al final serán hallados. Sucede que en ese proceso se puede llegar a infligir mucho sufrimiento, y eso es algo que la mayoría conviene en evitar. Ni siquiera en eso estarían todas las partes de acuerdo, desde que existen tendencias sádicas y/o masoquistas en las diferentes personalidades, pero al final sólo es un camino más rebuscado para el placer.

Placer, cuya búsqueda bien se sabe que es la responsable de todos los males del hombre. Al final todo es un enorme malentendido que se resuelve: no hay error o acierto ni víctima o culpable. Las cosas suceden de la única manera en que pueden suceder: sólo existen consecuencias.

Y lo demás son puntos de vista sobre ellas, unos más bienintencionados que otros. La moral, la ética, cambian mucho según lugar y tiempo. Lo que permanecen son los hechos. La ley del Karma. Es la tercera ley de Newton. Es inapelable.

Una vez entendido, junto a otros principios básicos, una línea que no conviene traspasar se configura. Sucede que al otro lado de la línea existen algunas tentaciones, más aún para los que aún no han hallado el camino: la ventaja, el abuso, el egoísmo.

Porque en realidad todo se resume al problema del yo, o del colectivo menor respecto al colectivo mayor. Y que nadie se confunda, esto no es ninguna clase de democracia, es a todas luces una férrea dictadura. Pero justa. Al final no tomas más de lo que das ni das más de lo que tomas. Volvemos a la tercera ley.

Lo propio de la inmadurez, que se caracteriza por rasgos hedonistas, es tratar de tomar más de lo ofrecido. Similar a las adicciones. Pero al final todo organismo presenta un límite natural. Y lo que termina desarrollando es, además de una dependencia, una tolerancia.

El café que es la vida, tiene un punto amargo. Y ni todo el azúcar del mundo podría borrarlo. Lejos de eso, las situaciones son relativas, a nuestra situación inmediatamente previa, en primer lugar. Con lo cual los términos absolutos van a contar poco o nada de lo que nos interesa en la parte de la percepción. Pero sí van a crear grandes desequilibrios objetivos realmente indeseables. Para todas las partes, en realidad. Con el potencial de llevar al colapso al conjunto del sistema. Al organismo, si se quiere.

Antes de eso hay que aprender a dar y a tomar, las olas han de volver al mar, no pueden ir sólo hacia arriba. Y seguramente muchos por eso prefieren la mar calma. Recuerda esto: en el mejor momento de tu vida, en el clímax de tu existencia, desde ese punto: ya sólo queda ir hacia abajo. Y, a mayor altura, más dura puede ser la caída. Es natural que los jóvenes no se dejen guiar por palabras ajenas y necesiten contrastarlas en la experiencia. Pero deberían comprobar pronto como indefectiblemente se cumplen.

Sucede que algunos, por diversos motivos, pueden necesitar más ayuda para verlo. Y, seguramente, no vean tales acciones como ayuda alguna, sino todo lo contrario.

El tiempo es quien tiene la última palabra. Y, cuanto más camino hayas andado en una dirección que no es la correcta, mayor será el camino que deberás hacer de vuelta. No porque nadie lo diga. Si no porque al final, no hay otro camino.