Matemática de la decepción

La frustración, en su forma general más simple viene definida por la siguiente fórmula:

Frustración = Expectativas – Realidad

Por supuesto esa diferencia puede verse aumentada o disminuida debido a diferentes factores de diversas índoles, pero aún sigue siendo una aproximación válida para hacernos una composición de lugar, un panorama.

Si aceptamos la premisa y la ponemos a funcionar dentro del contexto cotidiano de la realidad es difícil no advertir que el primer elemento de la simple operación aritmética que se propone, las expectativas, están a todas luces y en todo momento y lugar sobredimensionadas, infladas, exageradas mucho más allá del límite de lo plausible.

Las dinámicas de la mercadotecnia (que no operan sólo dentro del estricto ámbito de consumo sino que, bajo cierto punto de vista, todos somos productos y vendedores de nosotros mismos) implican que el resultado de tratar de colocar más y mejor el producto, superando siempre con creces la realidad finalmente obtenida en esta sociedad de consumo, es indefectiblemente la frustración predicha.

De ahí la curva de satisfacción descendente que se obtiene por lo general a través del consumo mientras las expectativas se van desinflando en mayor o menor medida en su realidad, a través del eje temporal.

La inescrutable ciencia de la poesía suele insinuar las ideas mucho antes de que se desarrollen en prosa más explícita o luego más allá se sinteticen de nuevo, en una suerte de deconstrucción e ingeniería inversa, en la más funcional matemática:

They give you this,

but you pay for that

And once you're gone,

you can never come back

When you're out of the blue

and into the black.

Por supuesto no sé a qué se refería exactamete Neil Young cuando escribió esa estrofa pero condensa perfectamente lo establecido hasta aquí. Como curiosidad tal vez algo morbosa la frase It's better to burn out than to fade away se encontraba, si mal no recuerdo, en lo que se considera la nota de suicidio de Kurt Cobain, como anécdota relacionada con la gran canción que es My my, hey hey, aunque sin duda es triste recordarla por ese motivo.

Desde mi punto de vista no es posible una sociedad sana donde unos defraudan (en el sentido más amplio del término) constantemente a los otros, impelidos por ambiciones incluso más voraces que los propios apetitos.

El hecho de maximizar las bondades y minimizar las flaquezas por sistema nos aboca inevitablemente a una satisfacción tan falsa como efímera y a una resaca mucho más dolorosa que lo placentera que pudiera resultar la ebriedad, recordando en cierta medida a la dinámica espiral, el círculo vicioso, que en determinadas condiciones pueden generar algunas drogas.

Sirvan también las presentes líneas para exponer que el lenguaje común, a pesar de no constituir por diversos déficits y excesos un lenguaje formal, no carece de una translación puramente algebráica por más que sus complejidades últimas puedan resultarnos siempre distantes.

La fórmula aún se puede redondear mucho, claro: si el precio del producto es económico nuestra frustración se verá atenuada en la inevitable cita con la realidad. Y al revés.

Y también puede darse el caso contrario, menos habitual en nuestro contexto socioeconómico: si no esperamos en realidad nada, cualquier cosa por deficiente que sea vendría a sumar. Aunque la complejidad y los efectos cruzados puedan llegar incluso a revertir el principio general, y es que todos hemos dicho alguna vez que no queremos algo “ni regalado”. Porque aún si las expectativas son negativas la realidad puede llegar a ser más negativa aún.

Y de nuevo al contrario, cuando las expectativas se disparan, por positiva que sea la realidad puede que no alcancen, es por eso que merece la pena no ser demasiado efusivo en las recomendaciones de por ejemplo una película, un libro, o una canción.

También es cierto que en unos pocos casos, honrosas excepciones, es difícil situar las expectativas por encima de los hechos. Pero eso queda muy lejos de nuestro pan de cada día, de la publicidad que nos atosiga con sus verdades a medias, sus dobles mentiras, sus sonrisas perfectas y sus luces sin sombra. Así que sabiéndolo de antemano, si queremos ser algo más felices, o quizás algo menos infelices, deberíamos empezar por moderar nuestras expectativas. No lo digo yo, lo dice la matemática.

Y nada, me apetecía compartir esta pequeña reflexión y también una muy buena canción, que sin mayor expectativa creada, para unos minutos, pues no está nada mal, ¿no? ¿Qué más se puede pedir?