Cuando se declaró la pandemia en nuestro país hubo una reacción instintiva de solidaridad. Un conocimiento automático y natural de que una acción común ante tal peligro era la apropiada y necesaria. Una reacción insultante, por el contrario, para quienes habían decido, ‘racionalmente’ y en contra de la observación de la realidad, que la sociedad en sí misma es un mal, y que solo el egoísmo individualista es motor de nuestro progreso y evolución como humanidad. Se llaman a sí mismos ‘objetivistas’. Giran en torno a una ideología alucinada inventada por Ayn Rand y que en el ámbito económico derivó en lo que hoy llamamos ‘neoliberal’. Alan Greenspan, cuya presidencia de la Reserva Federal llevó a la profunda crisis económica de 2008, era un destacado discípulo de la secta. Cuando el Congreso de los Estados Unidos le interrogó sobre aquel cataclismo, tuvo que reconocer que las ideas ‘neoliberales’ en que basó su gestión eran equivocadas (www.nytimes.com/2008/10/24/business/economy/24panel.html). La desregulación de la avaricia fue entonces, y sigue siendo ahora, un profundo error.
El instinto probablemente tiene un componente de experiencia acumulada por generaciones que en todas las culturas y civilizaciones ha identificado a la avaricia como un defecto cuando no un vicio. Por el contrario, la ideología ‘objetivista’ de Ayn Rand la consideró una virtud, pero no lo hizo en función de una observación objetiva de su funcionamiento real, sino que lo ‘decidió’ desde un impulso subjetivo, el de liberarse de la restricción moral, eso que llamamos ‘hacer lo que te de la gana’, vamos. Los argumentos se construyeron después, para justificar lo previamente decidido, y así se definió como malvada a la sociedad, y a la moral como un artificio, dolosamente establecido para restringir la libertad individual de… de esos seres superiores que eran ellos mismos. ¿Pruebas? Bueno, inventó la ‘filósofa’ unas novelas cuya ficción ‘demostraba’ con contundencia esa dualidad: la sociedad –envidiosa- y los individuos de éxito a los que intentaba, precisamente por eso, limitar.
La afirmación de que el individuo no debe estar restringido por ningún condicionamiento de orden moral no carece completamente de interés. Pero es el hecho que su aplicación práctica se ha demostrado, reiteradamente y por decir lo menos, disfuncional. Objetivamente, aunque no ‘objetivísticamente’. No ha sido nada nuevo ese imperio del egoísmo de seres pretendidamente superiores, sino por el contrario una maldición históricamente recurrente.
El neoliberalismo a que dio lugar su versión particular, como las versiones anteriores transformó a las sociedades a las que se impuso en agresivas e ingratas causando, no solo un tremendo sufrimiento, sino la reversión del progreso: nuestras sociedades neoliberales no son capaces de resolver ninguno de los grandes ni de los pequeños problemas que debe afrontar hoy el Hombre. No hablo solo de cambio climático, contaminación, agotamiento de recursos, esquilmado de selvas y océanos, o la pérdida de la biodiversidad del ámbito natural; ni de la pobreza, la ignorancia, y la violencia del abuso del ámbito social. Hablo también, y especialmente ahora, del simple control de una plaga.
Pese al instinto social que espontáneamente nos conducía a colaborar, la posterior racionalización ‘objetivísta’ pretende imponer, desde su limitada realidad, su pretendido derecho, su suprema libertad para esclavizar. Que el coro de monaguillos repita los eslóganes como se le ha pedido no significa que los entienda. De hecho, la mayoría ni sabe quién es Ayn Rand. Pero están totalmente seguros de ser distintos, y mejores, a ese populacho indigno que debería servirlos, según el verdadero plan natural que ha establecido presas y depredadores, comedores y comidos. Es la ley de la evolución, o el designio de Dios que siempre haya habido pobres y ricos. Que unos deban obedecer y otros deban ser obedecidos. Que unos deban servir, y otros servidos. Y les resulta insultante, frente a esa seguridad en su propia superioridad, que se hable de la igualdad de todos los hombres. Es… disminuirles… robarles… igualarles a esa odiosa chusma inútil, envidiosa y cobarde…
¿Os acordáis del 'que se jodan'?
Gustav Aklin